
Había una vez un niño llamado Jorge que vivía en un pueblo donde todos los domingos por la tarde, su tía Remedios venía a visitarlo con una sorpresa. A veces traía globos, otras veces cuentos, ¡y otras veces helados de todos los sabores imaginables!.
Un domingo caluroso, Jorge estaba en su habitación jugando con sus dinosaurios cuando escuchó el timbre.
—¡Ding-dong!.
—¡La tía Remedios! —gritó Jorge corriendo hacia la puerta con una sonrisa.
—¡Sorpresa, Jorge! —dijo su tía entrando con una bolsa de colores—. Hoy he traído… ¡tu nuevo helado favorito!.
Jorge abrió los ojos emocionado.
—¿¡Chocolate con galleta!? —preguntó saltando de alegría.
—¡Mejor! —dijo la tía sacando un helado verde con puntitos blancos—. ¡Helado de brócoli con cebolla!.
Jorge se quedó congelado como un pingüino en invierno.
—¿Helado de… qué?.
—Brócoli con cebolla —repitió su tía orgullosa—. Me acordé de que el otro día dijiste que te encantaba el brócoli y que querías más verduras.
Jorge se rascó la cabeza.
—Bueno… sí que dije que me gustaba el brócoli en la sopa, pero no en un helado… esa es tu opinión tía, yo no quiero eso, seguro que a ti tampoco te apetece comértelo, ¿verdad?.
—¡Oh, no! —dijo la tía sorprendida—. Pensé que si te gustaba el brócoli, ¡también te encantaría como postre!.
—Tía, yo quería decir que me gusta en la comida, no que quisiera comerme obligado un helado raro y que no quiero probar, no tiene buena pinta —dijo Jorge con una sonrisa nerviosa—. Aunque… gracias por acordarte de mí. Y le dio un gran abrazo.
La tía Remedios se rio tan fuerte que hasta los gatos del vecino se asomaron por la ventana.
—¡Ay, Jorge! Me he hecho un brócoli-lío. ¿Y si lo compartimos con las plantas del jardín? ¡Seguro que ellas sí se lo comen!.
Entonces, fueron al jardín y enterraron el helado de brócoli como si fuera un tesoro. Después, la tía sacó de su bolso otro helado —esta vez de chocolate con galleta— y dijo:
—Siempre traigo un plan B. ¡Por si acaso!.
Jorge sonrió de oreja a oreja, se sentó con su tía en el porche y disfrutaron juntos del helado que a Jorge sí le gustaba.
Esa noche, Jorge escribió en su diario: “Hoy aprendí que a veces la gente se equivoca con lo que uno quiere, pero siempre hay que decirlo con cariño… ¡y hasta puedes acabar con dos helados!”.
Y desde ese día, cuando algo no le gustaba o no lo entendía bien, Jorge ya no se enfadaba. Solo decía: “Es hora de hablar, no de gritar”. Y así, todos empezaron a entenderse mucho mejor.
Y colorín colorado, a veces las personas creen saber lo que queremos, pero no siempre aciertan. Por eso es importante hablar con cariño y explicar cómo nos sentimos. Así todos entendemos mejor, podemos reírnos de los malentendidos, y soltar lo que es desagradable o no nos gusta para nosotros.
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