El unicornio de las burbujas mágicas

Había una vez, en el Reino de los Pastelitos Soñadores, una niña llamada Sara. Ella tenía una sonrisa tan grande que a veces las mariposas se confundían y pensaban que era un arcoíris, y terminaban chocándose con su cara, así que siempre iba envuelta por purpurina voladora de mariposa, y eso a ella le encantaba.

Un día, mientras jugaba a hacer castillos de nubes, escuchó un ruido extraño:

—¡Pop! ¡Plooop! ¡Plaf! —sonidos de burbujas que rebotaban por el aire y explotaban como campanitas.

De entre las flores gigantes apareció un unicornio brillante, pero en vez de relinchar, lanzaba burbujas mágicas musicales. Cada vez que respiraba, salían burbujas que sonaban como flautas, guitarras ¡o tambores!.

—¡Qué vergüenza! —dijo el unicornio poniéndose rojo como una fresa madura—. Nadie quiere jugar conmigo, es imposible, porque lleno todo de burbujas y hago ruidos raros.

Sara, en vez de asustarse, soltó una carcajada tan fuerte que hasta las ranas empezaron a hacer malabares con plátanos.

—¡Pues yo sí quiero acompañarte! —le dijo—. ¡Tener un unicornio que hace burbujas musicales tiene que ser lo mejor del mundo!.

El unicornio se sorprendió tanto que, sin querer, lanzó una burbuja gigante que sonó como una orquesta tocando un vals.

Desde ese día, Sara y el unicornio, al que llamó «M», de Melodía-Burbujeante, se volvieron inseparables. Iban juntos a la escuela de unicornios, jugaban a la pelota con melones saltarines, y cada vez que Sara decía un chiste, el unicornio lo remataba lanzando una burbuja que explotaba con un “¡pling!” super gracioso, y así, sin darse cuenta surgió un cariño tan grande como el árbol más gigante que había en el Reino de los Pastelitos Soñadores, que medía 263 metros de alto, así que imagina vecina.

Pero un día, un ogro gruñón apareció en el reino y gritó:

—¡Se acabaron las risas! ¡Prohibido reír, cantar y jugar!.

Todos los habitantes del reino se escondieron, menos Sara. Ella tomó la pata del unicornio y susurró:

—No tengas miedo, «M». Juntos podemos vencerlo.

El unicornio lanzó una lluvia de burbujas tan grande que cubrió al ogro de pies a cabeza. Cada burbuja sonaba como un instrumento diferente, y el ogro, sin poder evitarlo, empezó a bailar salsa, merengue ¡y hasta break dance!. Aquello era un auténtico espectáculo.

—¡Jajajaja! ¡Esto hace cosquillas en la barriga, que divertido! —dijo el ogro rebotando dentro de una burbuja gigante como si fuera un globo.

Las burbujas no solo hacían música: también tenían magia de chistes. Una explotó en la cara del ogro y dijo: “¿Qué hace una vaca en un terremoto? ¡Leche batida!”. El ogro se tiró al suelo de la risa, mientras otra burbuja explotaba con un “¡plop!” que sonó como un pato desafinando intentando cantar ópera.

Sara se subió a una burbuja gigante y empezó a flotar por encima del reino como si estuviera en un globo aerostático. Desde arriba gritaba:
—¡Mirar todos! ¡Las burbujas son para divertirse, no para esconderse!.

Los niños y niñas del reino se animaron, salieron de sus casas y empezaron a reír, jugar y hasta surfear sobre burbujas como si fueran tablas de surf. ¡El aire estaba lleno de carcajadas, música y globos saltarines por todos lados!. Y el unicornio descubrió que hacer pompas no era tan grave como creía, que ya no debía de estar avergonzado, porque unidos se puede mejorar y resolver cualquier problema.

Así, en el Reino de los Pastelitos Soñadores, el poder de la risa fue tan grande que se rompió el hechizo de la tristeza de los ogros gruñones, y todo el reino volvió a cantar, bailar y reír cada día con cada amanecer.

El ogro, con lágrimas de alegría, le dijo a Sara:

Gracias, pequeña. Me has enseñado que con un cariño sincero no hay quien se rinda, aunque uno sea gruñón o explote burbujas a mogollón.

Y Sara, le respondió con una gran sonrisa:

—Claro, porque no hay nada imposible cuando se quiere de verdad.

Y colorín colorado, así aprendieron en el Reino que el cariño más valioso es aquel que no se rinde y que siempre ve lo mejor de los demás. Porque cuando damos cariño sincero, todos podemos brillar y descubrir que juntos, si se quiere, no hay nada imposible.

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