Había una vez un perro llamado Rufus que soñaba con ser bombero. Cada vez que veía a los bomberos en acción, su cola se movía de emoción y sus orejas se levantaban como si estuviera escuchando la mejor música del mundo. ¡Quería ayudar a salvar el día!
Un día, mientras paseaba por el parque, vio un cartel que decía: “¡Inscripciones abiertas para la Academia de Perros Bomberos!” Rufus no podía creerlo. ¡Era su oportunidad! Sin pensarlo dos veces, corrió hacia la academia.
Al llegar, se encontró con otros perros que también querían ser bomberos. Había un bulldog llamado Max, una golden retriever llamada Bella y un chihuahua muy valiente llamado Tito. Todos estaban emocionados y listos para comenzar.
El primer día de clases, el instructor, un gran perro pastor alemán llamado Capitán Fuego, les dijo:
—¡Bienvenidos a la Academia de Perros Bomberos! Aquí aprenderán a apagar incendios, rescatar gatos y… ¡hacer trucos increíbles!
Rufus estaba tan emocionado que casi se le salían las patas del suelo. El Capitán Fuego comenzó con una prueba de agilidad. Los perros tenían que saltar obstáculos y correr por un circuito lleno de conos.
Cuando fue el turno de Rufus, corrió tan rápido como pudo. Pero al saltar un obstáculo, ¡se enredó con su propia cola! Dio vueltas en el aire y aterrizó en una charca cercana con un gran “¡Splash!”
Todos los perros comenzaron a reírse.
—¡Eso fue impresionante! —dijo Max entre risas—. ¡Nunca había visto a alguien hacer un salto acrobático así!
Rufus salió de la charca empapado pero riendo también. No iba a dejar que eso lo detuviera.
El siguiente ejercicio era aprender a usar la manguera. Rufus estaba decidido a hacerlo bien. Cuando le dieron la manguera, comenzó a moverla de un lado a otro como si fuera una serpiente loca.
—¡Apunta bien! —gritó Bella mientras intentaba contener la risa.
Pero cuando Rufus apretó el gatillo, ¡el agua salió disparada hacia arriba y cayó justo sobre Capitán Fuego! El instructor quedó empapado y todos los perros estallaron en carcajadas.
—¡Eso es lo que llamo una ducha sorpresa! —dijo Capitán Fuego riendo mientras sacudía su pelaje.
A pesar de los pequeños accidentes, Rufus nunca se rindió. Pasaron los días y Rufus siguió practicando con entusiasmo. Aprendió a ladrar órdenes, a hacer piruetas e incluso a rescatar juguetes atrapados en árboles (aunque siempre terminaba cayendo al suelo).
Finalmente llegó el día del examen final: debían demostrar todo lo que habían aprendido en una gran simulación de incendio en el parque.
Cuando llegó el momento, Rufus estaba nervioso pero listo. De repente, vieron humo saliendo de una casita de madera donde unos gatos estaban atrapados en el tejado.
—¡Rufus! ¡Es tu momento! —gritó Tito.
Sin pensarlo dos veces, Rufus corrió hacia la casita y usó su habilidad especial para escalar (que consistía en saltar y rodar). Una vez arriba, ladró para calmar a los gatos asustados:
—¡No se preocupen! ¡Estoy aquí para ayudar!
Con mucho cuidado, ayudó a los gatos a bajar uno por uno usando su collar como si fuera una cuerda salvavidas. Cuando todos estuvieron seguros en el suelo, los gatos comenzaron a maullar agradecidos.
Los demás perros miraban asombrados mientras Capitán Fuego sonreía orgulloso.
—¡Excelente trabajo, Rufus! —dijo—. Has demostrado ser un verdadero perro bombero hoy.
Al final del día, Rufus recibió su casco de bombero y todos celebraron con galletas especiales para perros.
Desde ese día, Rufus no solo fue conocido como «Rufus el Perro Bombero», sino también como el héroe del parque. Y aunque tuvo algunos tropiezos divertidos en su camino hacia convertirse en bombero, siempre supo que lo más importante era ayudar a los demás… ¡y divertirse mucho haciéndolo!
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado… ¡pero las aventuras de Rufus todavía no han terminado!.
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