Había una vez un niño llamado Manuel, que pasaba las vacaciones de Navidad en la casa vieja de sus abuelos, una casa enorme llena de rincones misteriosos, puertas crujientes y un montón de cosas viejas. Un día, mientras exploraba la buhardilla del ático, Manuel tropezó con algo sorprendente. No era un baúl polvoriento, ni una caja de fotos antiguas, sino… ¡una bicicleta!. Pero no era cualquier bicicleta. Esta tenía dos puertecillas que se levantaban hacia arriba, como si fueran las puertas de una pequeña nave espacial o de ¡un Lamborghini!, además de unos extraños propulsores cerca de las ruedas. ¡Era como si la bicicleta estuviera lista para algo increíble!.

Manuel la miró incrédulo. «¿Una bicicleta con puertas y propulsores? ¡Esto no puede ser real!», pensó. Pero, curioso como siempre, decidió probarla. Se subió al asiento, tiró de las puertas hacia arriba y leyó una extraña inscripción que había puesta en el manillar: «Ostiloscuturus populus requeteostiluspulussshhh… Y, ¡puuuuum! ¡Un destello de luz!. De repente, se vio rodeado por un torbellino de colores y ruidos extraños. Manuel cerró los ojos, asustado, y cuando los abrió… ¡estaba en otro lugar!.

A su alrededor no había más que una selva prehistórica, con enormes dinosaurios caminando por allí. Manuel miró a un lado y vio a un T-Rex tan grande como una casa. «¡Ay no, esto es una locura!», gritó, y pedaleó tan rápido como pudo. Al principio, pensó que iba a ser devorado, pero la bicicleta tenía una velocidad increíble, y él comenzó a volar por el aire, dejando atrás al dinosaurio furioso. ¡Qué aventura más emocionante!.

De repente, un ruido familiar sonó y, antes de que pudiera reaccionar, las ruedas de la bicicleta comenzaron a girar más rápido y la selva desapareció. ¡Zas!. Manuel se vio rodeado por grandes edificios futuristas y robots que volaban por el cielo. Estaba en el futuro. «¡Wow! ¡Esto es increíble!», exclamó mientras pedaleaba por las calles flotantes, esquivando coches voladores y saludando a los robots que pasaban zumbando. ¡Era un viaje alucinante!.

De repente, Manuel vio un robot enorme que se acercaba a él y pensó que iba a atraparlo. «¡Tengo que volver a casa!», pensó rápidamente, y sin pensarlo mucho, giró las manijas de la bicicleta. Las puertas se cerraron y… ¡fiuuuu!. En un parpadeo, volvió a estar en el ático de los abuelos.

Estaba tan agotado, pero con una gran sonrisa. ¡Había viajado al pasado, al futuro y había vivido aventuras con dinosaurios y robots!. Miró la bicicleta, que parecía tan tranquila como siempre. «¡No le voy a contar a nadie esto!. Bueno, tal vez a mi mejor amigo Samuel, pero primero… ¡voy a dar otra vuelta!». Y así, Manuel siguió explorando nuevos mundos con su bicicleta mágica, siempre listo para la próxima gran aventura.

Y colorín colorado, a veces, las cosas más increíbles están justo frente a ti. Solo tienes que atreverte a descubrirlas y estar listo para vivir aventuras sin miedo. ¡Nunca sabes a dónde te llevará tu imaginación!.

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