Había una vez un lugar mágico llamado Quesolandia, donde todo estaba hecho de queso: las montañas eran de queso suizo, los ríos de queso azul y hasta los árboles eran de mozzarella. Pero lo más especial de todo era su sol: un enorme sol de queso cheddar que brillaba con un color dorado y tenía una sonrisa tan grande que hacía que todos los habitantes se sintieran felices.

El sol, llamado Solquesón, tenía un poder especial: podía hacer que los quesos de Quesolandia crecieran y fueran aún más deliciosos. Pero había un pequeño problema: cada vez que Solquesón se reía, soltaba pequeñas lloviznas de queso derretido. Esto hacía que los Quesitos, que eran los habitantes de este lugar, tuvieran que correr a recoger el queso antes de que se convirtiera en charcos pegajosos.

Un día, un pequeño Quesito llamado Pepito decidió que era hora de organizar un gran concurso: “¡El Gran Festival del Queso!” Invitaría a todos los Quesitos a competir en divertidos juegos de queso. Se reunirían en la Plaza del Queso, donde había una gran fuente de queso derretido.

El día del festival, todos llegaron con sus mejores sonrisas y un gran apetito. Pepito, emocionado, presentó la primera competencia: “¡La Carrera de los Quesitos Deslizantes!” Los participantes debían deslizarse por una resbaladilla hecha de queso fundido. ¡Fue un espectáculo! Los Quesitos se lanzaban con gritos de alegría, y el queso derretido volaba por todas partes.

Luego, llegó el turno del “Juego de las Bolas de Queso”. Los Quesitos formaron equipos y empezaron a lanzarse pequeñas bolas de queso mozzarella. Las risas resonaban en todo Quesolandia, hasta que un gran trozo de queso cayó del cielo, justo del Solquesón, que se estaba riendo tanto que no pudo evitarlo. Todos miraron hacia arriba y gritaron: “¡Gracias, Solquesón!”

Pero la competencia más esperada era el “Concurso de la Tarta de Queso”. Cada equipo debía hacer la tarta más deliciosa. Todos se pusieron manos a la obra. Uno de los equipos decidió usar queso azul, mientras que otro eligió el queso fresco. Pero Pepito, que era un poco travieso, decidió agregar un ingrediente secreto: ¡una pizca de picante!

Cuando llegó el momento de probar las tartas, los Quesitos se reunieron alrededor. La tarta de queso azul fue un éxito, y la de queso fresco también, pero cuando Pepito probó su propia tarta picante, sus ojos se abrieron como platos y empezó a hacer ruidos extraños. “¡Ay, ay, ay! ¡Es muy picante!” gritó, mientras todos se reían a carcajadas.

Al final del día, Solquesón, el sol, estaba tan feliz que decidió hacer algo especial. Comenzó a brillar más fuerte y a dejar caer pequeñas gotitas de queso derretido. “¡Que caiga el queso!” exclamaron los Quesitos, corriendo para atraparlo y llenando sus bocas de alegría.

Y así, Quesolandia se llenó de risas y queso. Desde ese día, el festival se convirtió en una tradición, y cada año, los Quesitos esperaban con ansias la llegada del sol de queso y las travesuras de Pepito.

Y colorín colorado, este cuento de queso ha terminado. ¡Que viva Quesolandia y su Solquesón!.

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