Había una vez una niña de 80 años llamada Pepa. ¡Sí, habéis oído bien, 80 años!. Pero Pepa no era una niña cualquiera. ¡No señor!. Ella veía el mundo a través de unos prismáticos mágicos de cobre que le daban la capacidad de ver hasta las  cosas más escondidas, y siempre llevaba con ella una peonza cantarina que ¡no paraba de cantar todo el tiempo!. Y si alguien se le acercaba, ¡zas!, ¡la peonza le cantaba una canción de flamenquito!. A Pepa le encantaban los días que llovía, porque se ponía unos tacones gigantescos para… ¡hacer muchos agujeros en el barro y se lo pasaba pipa!.

Pepa tenía un montón de nietos y nietas: Maby, con la que se disfrazaba de flamenca; Tali, con la que miraba las estrellas y decía que alguna vez habían visto a un marciano bailando salsa; Tistrya, con la que hacía palmas y reían tanto que hasta los árboles se reían con ellas; y Alejandro, con quien jugaba a batallas en las que ninguno se rendía… ni aunque el último trozo de pizza estuviera en juego.

Pero un buen día, Pepa se dio cuenta de que algo se le había olvidado. ¿El qué? ¡Eso no lo sabía ni ella!. Así que, con su peonza cantarina en una mano y sus prismáticos mágicos en la otra, se lanzó a la aventura de buscar lo que había olvidado.

Primero llegó al país de las Mariposas, donde miles de mariposas de todos los colores volaban como locas. “¡Mariposas, vosotras sabéis lo que se me ha olvidado?”, les preguntó Pepa. Las mariposas se miraron unas a otras, se encogieron de hombros y dijeron: “No, Pepa, sigue buscando, que aquí lo único que hay son alas”. Pepa suspiró y siguió su camino.

Al ratito, Pepa llegó al país de las Frutas Divertidas, donde las frutas no solo sabían cantar, sino también bailar. “¡Riquísimas frutas, ¿sabéis lo que he olvidado?!”, preguntó Pepa con esperanza. La piña, con gafas de sol, se estiró y dijo: “¡Ay, Pepa, no tenemos ni idea! Pero toma este plátano móvil, ¡igual te ayuda a encontrar lo que buscas!”. Pepa, muy agradecida, metió el plátano en su bolsillo.

Siguió viajando de país en país, hasta que, un buen día… ¡PLOFFF!, aterrizó de golpe en el país de los Osos Amorosos. Estos osos no solo eran súper abrazadores, ¡también eran unos expertos en detectar cosas mágicas!. Al ver la peonza cantarina, los osos se emocionaron. “¡Ay, Pepa, ese es el juguete que nuestro rey busca desde hace mil años!”, exclamaron. Y sin pensarlo, le dijeron que subiera a la colina donde vivía el Rey de los Sentidos, porque él seguro sabía lo que se le había olvidado.

Con una sonrisa en la cara, Pepa subió la colina jugando con su peonza cantarina. El rey, que estaba mirando por la ventana en ese momento, vio la peonza girar y reconoció al instante la melodía mágica. “¡Eso es lo que he estado buscando todo este tiempo!”, gritó el rey, pero sus hijos también se dieron cuenta de que una niña de pelo blanco se estaba acercando. El príncipe, que había escuchado la canción de la peonza, salió corriendo de su palacio, seguido por su hermana, la princesa.

La princesa, con ojos tan verdes como esmeraldas y arena del mar en su mano (porque ella siempre llevaba un poquito de playa consigo), se quedó boquiabierta al ver a Pepa. “¡Guau! ¡Una peonza que canta!”, dijo. El príncipe, con una baraja de cartas en la mano, sonrió y le dijo a Pepa: “Hola, soy Manely, y esta que está alucinando es mi hermana Daniela. ¡Nos encanta jugar a las cartas! ¿Te gustaría jugar con nosotros?”.

Pepa los miró, sonrió de oreja a oreja y dijo: “¡Oh, claro, yo me llamo Pepa, y a mí también me encanta jugar a las cartas!. Pero… un momento… ¡ya sé lo que se me olvidaba!”. Pepa sacó del bolsillo el plátano móvil, llamó a sus nietos y nietas por el grupo de Whatsapp diciéndoles: “¡Chicos, veniros al campeonato de cartas con los Osos Amorosos, va a ser una maravilla!”. Los chicos sonrieron y gritaron «¡Por fin la yaya Pepa se ha acordado de llamarnos!».

¡Y en un plisss-plassss! con la magia de la peonza de Pepa, en un abrir y cerrar de ojos, Maby, Tali, Tistrya y Alejandro llegaron al país de los Osos Amorosos, todos listos para jugar. ¡Qué alegría! Entre las cartas mágicas del príncipe, los trucos de la peonza de Pepa, las canciones, las palmas y las risas de todos los chicos, el campeonato de cartas fue tan divertido que hasta el rey, la reina y los árboles se pusieron a bailar.

Y colorín colorado, ¡el olvido de Pepa ya lo hemos encontrado!.

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