
Había una vez una niña llamada Luna con una risa contagiosa, tenía un tatuaje de un unicornio morado en su brazo, pero de los que se borran con el agua, y ¡un patinete mágico!.
Pero no era un patinete cualquiera, no señor. Este patinete volaba, cantaba y… ¡hablaba!. Se llamaba Zippy, y le encantaban los chistes malos, pero malos, de los que te partes de risa de lo malos que son.
Una mañana, Luna gritó:
—¡Vamos, Zippy, a vivir una gran aventura!.
Zippy dijo:
—¡Abróchate el casco, que despegamos como un cohete de plátano!.
—¿Un cohete plátano? —se rió Luna.
—¡Claro! Porque vamos a patinar hasta la Isla de los Helados Gigantes. ¡Wiiii!.
Y ZUUUUMMMM, salieron volando por el cielo azul, dejando una estela de purpurina detrás.
Primero aterrizaron en el Bosque de los Animales Bailarines. Un grupo de ratones con tutús rojos les hicieron una coreografía de salsa.
—¡Ole, ratoncitos, que pedazo de marcha tenéis! —aplaudió Luna.
—¿Queréis helado? —preguntó un mapache con sombrero azul y una cinta roja.
—¡Sí, de galleta y chocolate! —gritó Luna.
Después, Zippy zigzagueó por la Montaña de las Cosquillas, donde cada piedra hacía «ji ji ji» si la tocabas con el pie izquierdo. Luna no podía parar de reírse.
—¡Zippy, esto es lo mejor del mundo, que divertido!.
—¡Es solo el principio, mi gran patinetera aventurera!.
Al fin llegaron a la Isla de los Helados Gigantes. Había helados más altos que un elefante en zancos: de fresa, de chocolate, ¡hasta de pepinillo con chispitas!, aunque ese seguro que no lo iba a probar.
De pronto, un monstruo de helado llamado Don Derretido dijo:
—¡Oh no, el sol me derriteeeeee, voy a morir espachurradete!.
Pero, Luna tuvo una idea genial.
—¡Zippy, rápido! ¡Creemos nieve mágica con tu bocina congeladora!.
Piii-paaa-puuuf, la bocina lanzó copos de nieve a propulsión, cubriendo al monstruo hasta las cejas y ¡salvó a Don Derretido!.
—¡Gracias, valiente Luna! —dijo el monstruo, regalándole un cucurucho de helado infinito.
—¡Vaya día, Zippy! —suspiró Luna al regresar a casa.
—¿Mañana otra aventura? —preguntó Zippy.
—¡Sí! Pero primero… ¡una siesta con mi unicornio, cada vez tus aventuras son más agotadoras Zippy, pero divertidísimas!.
Y Luna se durmió abrazada a su cucurucho mágico, soñando con ratones que bailaban salsa.
Y colorín colorado, así aprendió, que con imaginación, valentía y una gran sonrisa, cualquier día puede convertirse en una aventura infinita.
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