Había un vez, una montaña nevada, donde la nieve cubría todo como un enorme pastel de merengue, vivía una niña llamada Lucía. Pero este no era un lugar común y corriente, no. En esta casita de madera había algo muy especial: ¡una pandilla de elfos traviesos que siempre se metían en todo tipo de líos en Navidad!.
Era Navidad, y los elfos estaban muy ocupados entregando los regalos en todas partes del mundo. Pero, como siempre, algo raro pasó. Los elfos encargados de llevar los regalos a la casita de Lucía, llamados Bubu, Pipo y Mili, ¡se perdieron por completo en la montaña nevada!.
—“¡Ay no, Pipo! ¡Creo que cogimos el camino equivocado!” —dijo Bubu, mirando alrededor y viendo solo nieve, nieve y más nieve.
—“¡¿Camino equivocado?!. Este es el único camino, ¡y está todo cubierto de nieve!” —respondió Pipo, mirando el mapa al revés con gran interés, sin darse cuenta… ¡de que estaba del revés, lejos iban a llegar así!.
—“¡No importa!. Vamos a resolverlo como siempre… ¡con una gran aventura!” —gritó Mili, la más pequeña y más traviesa de todos, mientras saltaba sobre una montaña de nieve y hacía bolas para tirárselas a sus compañeros.
Después de varios intentos fallidos de encontrar el camino, los elfos decidieron que necesitaban algo más para ayudarse. Y, como todos los elfos, siempre tienen un truco bajo la manga, ¡Bubu sacó un saco mágico lleno de sorpresas!.
—“¡Voy a sacar algo muy útil para esta misión!” —dijo Bubu, mientras metía la mano en el saco. Sacó una… ¡radio antigua con una antena gigante!.
—“¿Una radio? ¡No tenemos tiempo para escuchar música!” —dijo Pipo, confundido.
—“¡No es para música! Es para llamar a Papá Noel y pedirle ayuda!” —explicó Bubu.
Pero en cuanto intentaron usar la radio, el sonido que salió fue un gran “¡BIP BIP BIP!” y empezó a sonar un anuncio en la radio.
—“¡Atención, elfos! ¡Este es un mensaje de Navidad! No olviden entregar los regalos a tiempo… ¡y que no se les olvide el pastel de frutas!” —decía una voz de Papá Noel.
—“¡Este no es el mensaje que esperábamos!” —gritó Mili, mientras le daba vueltas a la antena.
En ese momento, una gran idea le vino a la cabeza a Mili.
—“¡Ya sé! ¡Vamos a usar nuestras botas mágicas para saltar hasta la casita de Lucía!” —dijo Mili, sacando un par de botas que brillaban como luces de colores y purpurina dorada en al punta.
Los tres elfos se pusieron las botas mágicas y, en cuanto dieron un paso, ¡saltaron por los aires!. ¡Primero saltaron hacia un árbol, luego hacia un seto nevado estampándose contra una rama, aterrizando justo frente a la puerta de la casita de Lucía!.
—“¡Lo conseguimos! ¡Ahora entreguemos los regalos a tiempo!” —dijo Pipo, aliviado, mientras sacaba el saco lleno de juguetes.
Pero algo extraño sucedió. Al intentar entrar, la puerta no se abrió. Los elfos empujaron y empujaron… pero no se movía. Mili, que siempre encontraba una solución divertida, saltó a la ventana y… ¡cayó dentro de la caja de juguetes que tenía Lucía!.
—“¡Ups! ¡Eso fue un aterrizaje forzoso, auuuuch!” —se rió Mili, mientras se levantaba entre risas y juguetes viejos volando por todas partes.
Los elfos finalmente se metieron en la casa y empezaron a colocar los regalos. Pero como eran elfos tan traviesos, en lugar de colocarlos bajo el árbol, ¡los empezaron a esconder en lugares muy raros!. Un regalo terminó en el congelador, otro dentro de una bota gigante que estaba en la entrada, y otro dentro de la lavadora, pero al salirse de allí se escuchó… ¡beeeep!, Mili había pulsado sin querer el botón de la lavaodora.
—“¡Mili, ¿qué has hecho?! ¡El regalo de Lucía está en la lavadora!” —gritó Bubu, mirando el regalo que ahora giraba y giraba.
—“¡Ups! Pero es que pensé que allí estaría más seguro… ¡y así tiene sorpresa extra!” —dijo Mili, riendo.
Al final, después de muchas risas, carreras por la casa y montones de regalos escondidos en los lugares más locos, los elfos lograron dejar todos los obsequios de Navidad en su lugar. ¡Lucía seguro que despertaría con una gran sonrisa!.
Los elfos, agotados pero muy contentos, salieron de la casa, saltaron con sus botas mágicas hacia el cielo y volaron de regreso al Polo Norte.
—“¡Nunca más usaremos radios o lavadoras para entregar regalos, por favor chicos!” —dijo Pipo, mirando a sus compañeros mientras volaban.
—“¡Pero y lo divertidas que son nuestras travesuras!” —rió Mili, mientras todos reían a carcajadas.
Y colorín colorado, los elfos traviesos seguirían con sus divertidas aventuras de Navidad, ¡pero siempre asegurándose de entregar los regalos a tiempo!.
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