Había una vez un niño llamado Pablo, que tenía un ordenador muy, pero muy viejo. A veces parecía que el ordenador tenía más canas que su abuelo, y no es que fuera lento, ¡es que se movía con el estilo de un caracol llevando unas zapatillas de jabón!. Pero lo más raro de este ordenador, llamado ¡Zapatón!, era que, a pesar de ser tan viejo, ¡hablaba!. Y no solo eso, ¡también tenía luces que brillaban de todos los colores cada vez que se emocionaba!.

Un día, mientras Pablo buscaba algo divertido para hacer manualidades, Zapatón, el ordenador, empezó a hacer ruidos extraños. «¡Pablo! ¡Pablo! ¡Necesito una gran ayuda!», gritó el ordenador, haciendo que todas sus luces comenzaran a brillar como si estuviera en una fiesta de cumpleaños. Pablo se acercó curioso y preguntó: «¿Qué pasa, Zapatón? ¿Por qué estás tan emocionado?».

«¡Tengo una idea brillante! ¡Vamos a hacer un invento increíble!», dijo Zapatón con su voz chisporroteante. «¡Vamos a hacer un robot que lave los platos y que también baile rock!». Pablo, un poco confundido, pero siempre dispuesto a vivir aventuras, aceptó el reto. «¡Vamos a hacerlo!», respondió mientras cogía uno de los libros viejos de manualidades de su madre.

Zapatón, que estaba más animado que nunca, comenzó a parpadear sus luces de forma caótica. «¡Primero necesitamos cosas raras! ¿Tienes tornillos, tapones de botella, una cuchara de plástico, y… una toalla vieja?». Pablo miró todo lo que había por su habitación. «¡¿Una toalla vieja?! ¿Para qué?», preguntó extrañado.

«¡Ah, porque con la toalla podemos hacerle un sombrero al robot, para que sea elegante mientras lava los platos, así con un look más tropical!», dijo Zapatón, con tanta emoción que casi se cae de la mesa de madera. ¡Pablo no podía parar de reír!. Al final, entre risas y muchas piezas extrañas, construyeron el robot más chistoso de todos: un robot con un sombrero de toalla, unos brazos hechos de cucharas y una pierna de un viejo estante de libros. El robot no solo parecía un desastre ambulante, ¡sino que además se movía torpemente!.

Pablo decidió probarlo y, como Zapatón le había prometido, el robot comenzó a mover los platos con sus extraños brazos. «¡Mirá, está funcionando!», dijo Pablo mientras aplaudía. Pero, de repente, el robot hizo un giro inesperado y empezó a bailar… ¡bailaba rock! ¡Con los platos en las manos!. El robot giraba, saltaba y hasta hacía algún paso de sevillanas, ¡todo mientras los platos volaban por los aires!.

«¡Zapatón, detenlo, que voy a terminar con los platos rotos por toda la casa y mamá se enfadará!», gritó Pablo mientras trataba de parar al robot bailón. Pero Zapatón solo podía reír y decir: «¡No te preocupes, Pablo! ¡Lo importante es que lo intentamos! ¡Eso sí, el rock and roll nunca fue tan alocadamente divertido!».

Al final, el robot se detuvo por sí solo, agotado de tanto bailar. Pablo y Zapatón se miraron y se echaron a reír a carcajadas. «¡Este fue el invento más divertido de todos!», dijo Pablo. Y Zapatón, orgulloso, comenzó a parpadear sus luces de colores, hasta que un párpado se le quedo encasquillado de tanto subir y bajar de la risa. «¡Y lo mejor es que ahora podemos inventar lo que queramos, Pablo! ¡El cielo es el límite de tu imaginación!».

Y colorín colorado, Pablo y su viejo ordenador parlanchín, Zapatón, siguieron creando inventos locos, llenos de risas, locuras y luces brillantes, porque con un poco de imaginación y un montón de risas, ¡cualquier cosa se podía lograr!.

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