Leo y la Princesa que se rescató antes de tiempo

Había una vez en el Reino de los Paraguas Voladores un joven llamado Leo, un pequeño inventor que siempre llegaba tarde… a todo.
Si había un banquete, él aparecía cuando ya quedaban las sobras.
Si había un desfile, él llegaba cuando los músicos estaban guardando los instrumentos.
Y si alguien le decía “¡corre, que empieza la magia!”, él llegaba justo cuando la magia ya se había ido a dormir… con pijama y todo.

Un día, el Rey publicó un anuncio:

“Se busca valiente para rescatar a la Princesa Noemí, atrapada en la Torre del Tiempo”.
El ganador recibiría una medalla, un saco de galletas de jengibre… y la amistad eterna de la princesa.

Leo, sin dudarlo, dijo:
—¡Esta es mi oportunidad de llegar a tiempo a algo por primera vez en mi vida!.
Pero claro… olvidó que tenía que buscar un mapa, un caballo y… bueno… recordar dónde quedaba la Torre del Tiempo.
En su entusiasmo, salió de casa con una cuchara gigante (“por si había sopa con fideos a mitad de camino”), un globo inflado (“por si había que decorar algo”) y sin zapatos (“para correr más rápido”, según él).

En el camino, Leo se encontró con un dragón vegetariano que solo comía ensaladas.
—¿Quieres lechuga? —le ofreció el dragón.
—Solo si viene con croquetas —respondió Leo.
También conoció a un mago que siempre hablaba en rimas:
—Para llegar a la torre, sigue el olor…
—¿A flores? —preguntó Leo.
—No, a sudor… de caballero corredor.
Y, por si no fuera suficiente, unas hadas insistieron en enseñarle a bailar la “Coreografía de las Alas Felices” antes de dejarlo pasar. Leo, como buen despistado, se quedó bailando tanto que casi se olvida de su importante misión.

En un cruce de caminos, Leo se encontró con un vendedor ambulante que gritaba:
—¡Ofertas mágicas! ¡Compre dos pociones y llévese un unicornio gratis!.
Leo, tentado, gastó todo su dinero en un frasco que prometía “velocidad supersónica”.
Se lo bebió de un trago… y terminó corriendo tan rápido que dio la vuelta entera al reino y regresó al mismo punto de partida, mareado y con el pelo como si hubiera metido la cabeza en un ventilador… Así que, de nuevo, siguió caminando y caminando…

Cuando, al fin, llegó a la torre, la Princesa Noemí estaba saliendo por la puerta con total tranquilidad, como si en lugar de estar secuestrada hubiera estado de vacaciones.
—¡Oh, hola! —dijo ella con una sonrisa traviesa—. Me he rescatado sola… ¿quieres un helado?.
Leo aceptó sin pensarlo. Mientras masticaba, confesó en voz baja:
—Probablemente habrías estado más segura si yo no hubiera venido… casi me pierdo tres veces, de poco me caigo por un precipicio ocho veces, también adopté sin querer a una cabra y me tragué una poción que me dejó hablando al revés durante media hora.
—Bueno —rió Noemí—, al menos llegaste para lo más importante: el helado… ¡y encontraste a mi cabra perdida, hacía meses que no sabíamos dónde estaba!. Ella es Rodolfa y es la mascota de mi reino. ¡Gracias!.

Decidieron sentarse bajo un árbol gigante que hacía sombra a toda la plaza. Allí, mientras compartían el helado y unas galletas, un grupo de ardillas empezó a imitarlos. Una ardilla se puso una hoja como capa para hacer de “Leo”, y otra se hizo una corona de bellotas para ser “Noemí”. Entre tanta risa, se dieron cuenta de que quizá no habían vivido una historia perfecta… pero sí una que no olvidarían.

Y así fue como Leo no salvó a la princesa… pero sí se quedó hablando con ella toda la tarde, inventando divertidas historias sobre dragones que hacían yoga, magos que no sabían cocinar y hadas que no sabían bailar…
Con el tiempo, Leo y Noemí se siguieron encontrando en algunos bosques. No fueron reyes ni esposos, pero siempre recordaron aquel día como el momento en que casi fueron los héroes de un cuento… y que, de algún modo, lo fueron a su manera.

Y colorín colorado… a veces no llegas a tiempo para lo que pensabas, pero sí justo a la hora de lo importante: reír hasta que te duela la tripa, compartir galletas que se pegan a los dedos y guardar un recuerdo que, con suerte, dure más que el algodón de azúcar en una feria.

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