
Había una vez un niño llamado Abel que tenía 6 años y estaba de camping con su familia en un hermoso bosque. ¡Qué emoción, aventuras al aire libre, me lo voy a pasar pipa!. El sol brillaba, los árboles eran enormes, y el aire olía a pino por todas partes. Abel no podía esperar para explorar y divertirse en la naturaleza.
Un día, mientras caminaba por el camping, Abel encontró algo muy raro: una caja pequeña y vieja bajo un arbusto. Cuando la abrió, ¡se encontró con cuatro tizas de colores brillantes! Eran de un azul intenso, un verde brillante, un rojo fuego y un amarillo dorado. Abel, curioso como siempre, las cogió con sus manos y decidió probar algo con su cabecita pensante.
—Voy a dibujar una flor en el suelo en ese trozo de piedra — y comenzó a usar la tiza amarilla. Cuando terminó de dibujar, algo increíble sucedió: ¡la flor saltó del suelo y comenzó a crecer y crecer, convirtiéndose en una flor gigante que cubría todo el camping con sus pétalos de colores!.
—¡Guau! —exclamó Abel mirando asombrado como si hubiera descubierto el secreto mejor guardado de la masa de la mejor pizza del mundo mundial.
Así que, decidió probar con más cosas. Usó la tiza verde y dibujó un árbol. ¡Y de inmediato, un árbol gigantesco creció donde lo había dibujado!. Abel saltaba de felicidad como si estuviera en una cama elástica. ¡Todo lo que dibujaba con las tizas se hacía realidad!.
Con gran emoción, Abel pensó en su sueño más grande: ¡un dragón!. Cogió la tiza roja y dibujó un dragón gigante, con alas enormes y una cola que parecía un rayo de 10 metros de largo. Pero… algo extraño sucedió. El dragón no era como los de los cuentos. Este dragón no era muy amable, y comenzó a volar sobre el camping, asustando a todos los demás campistas mientras chillaban de un lado a otro.
—¡Ay, no! —gritó Abel al ver cómo el dragón hacía tanto ruido y movía sus alas de un lado a otro con tanta fuerza que hasta las gorras y sombreros de los campistas que estaban en la piscina ¡salieron volando por todo el valle como si fueran cohetes!.
—¡Mi sombrero! —gritaba el señor González, un campista que siempre llevaba el mismo sombrero todos los años, como si fuera su superpoder mágico.
Abel mientras se volvía a poner todo su pelo en su sitio, pensó rápido, cogió la tiza azul y dibujó una gran jaula de hierro. ¡Y en un segundo, el dragón quedó atrapado en la jaula!. Los campistas aplaudieron aliviados, pero Abel sabía que las cosas no debían ser tan complicadas. Se acercó al dragón y, con una sonrisa de oreja a oreja, le dijo:
—¡Lo siento, señor dragón! Creo que no fue buena idea dibujarte tan grande y ruidoso.
El dragón, sorprendentemente, asintió con la cabeza como si comprendiera, y Abel, con mucho cuidado, borró el dibujo. En su lugar, hizo un dibujo mucho más pequeño, ¡de un dragoncito amigable que se convirtió en su nuevo amigo!. El dragón pequeño era juguetón, volaba con suavidad, y no asustaba a nadie, parecía el perrito-dragón más adorable de todos los campings del universo. Y así, Abel y el mini dragón jugaron juntos todo el día, saltando entre los árboles, corriendo entre las rocas del río y volando por el aire hasta la montaña más alta del valle. ¡Abel no podía dejar de reír con las travesuras del dragón, que intentaba saltar entre los arbustos como si fueran su cama!.
Cuando llegó la noche, Abel se sentó alrededor de la barbacoa con su familia mirando las estrellas. Pensó en todo lo que había pasado y en las locuras que había vivido con las tizas mágicas, pero también le enseñaron algo muy importante.
—Lo mejor de la magia —pensó Abel— es saber cuándo usarla para hacer cosas buenas y divertidas. A veces, lo que parece divertido puede ser un poco complicado, pero lo importante es pensar un poquito antes de actuar.
Y colorín colorado, Abel guardó las tizas en la caja y se durmió tan tranquilo, sabiendo que la verdadera magia estaba en hacer las cosas bien y pensar en no dar problemas a los demás. Por eso… ¡siempre hay que pensar antes de actuar, como hacen todos los superhéroes!.
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