Las cuatro puertas de casa de la abuela

Había una vez un niño llamado Leo, que tenía 6 años y vivía en una casa grande con su mamá, pero cada fin de semana iba a pasar tiempo con su abuela, que vivía en una casita con un jardín lleno de flores, árboles y muchas abejitas. Un día, su abuela le dijo:

—Leo, hoy quiero mostrarte algo muy especial. En el segundo piso de la casa, hay cuatro puertas mágicas. Cada una de ellas te llevará a una aventura increíble. ¿Te atreves a elegir?.

Leo, con los ojos muy abiertos, miró las puertas: una era roja, otra azul, otra morada, y la última verde. Pensó por un momento, y con una gran sonrisa dijo:

—¡Sí! ¡Quiero probarlas todas!.

Primera Puerta: La Roja

Leo tocó la puerta roja y, al abrirla, apareció un enorme campo de fútbol. Pero… ¡Oh, no!. No había nadie jugando. Leo se sintió un poco solo, pero de repente, una pelota apareció volando hacia él. Leo la atrapó y comenzó a patearla. De repente, un grupo de pelotas de fútbol tenían piernas y cabezas, como si fueran jugadores, comenzaron a acercarse. ¡Era el partido más raro y divertido de fútbol que Leo había jugado!.

Leo se divirtió mucho corriendo, regateando y haciendo goles, pero pronto se dio cuenta de que uno de los jugadores, una pelota pequeña y torpe, se caía todo el tiempo. Leo, sin pensarlo dos veces, fue a ayudarle a levantarse y juntos marcaron el gol más increíble de todos.

—¡Qué divertido ha sido! —dijo Leo mientras salía de la puerta roja.

Segunda Puerta: La Azul

Leo decidió abrir la puerta azul. Al pasar, se encontró flotando en el espacio, rodeado de estrellas brillantes. Un cohete con cara de robot lo miró y le dijo:

—¡Bienvenido a mi nave, Leo!. Vamos a visitar planetas divertidos.

Juntos viajaron por el espacio y Leo conoció planetas de chocolate, montañas de helado y mares de zumo de piña. En uno de los planetas, un sol muy juguetón le pidió a Leo que lo ayudara a pintar un arco iris. Leo, con su pincel espacial, pintó los colores más hermosos y el sol brilló más que nunca.

Cuando el viaje terminó, el robot le dio una medalla de estrella como recuerdo.

—¡Qué increíble fue viajar al espacio! —dijo Leo, mientras salía de la puerta azul.

Tercera Puerta: La Morada

Ahora era el turno de la puerta morada. Leo la abrió y se encontró en un gigantesco bosque de dulces. Árboles con caramelos de todos los colores, ríos de chocolate y arbustos de chicles. Leo decidió caminar por el sendero de galletas, pero al poco rato, se dio cuenta de que algo extraño ocurría: ¡todas las galletas comenzaban a moverse!. Eran galletas bailarinas que lo invitaron a una fiesta.

Leo se unió a la fiesta y aprendió a bailar con las galletas. Después de un rato, las galletas le enseñaron a bailar el «baile del chocolate», que era tan pegajoso que hasta el río de chocolate comenzó a bailar con ellos. Todos se divirtieron mucho.

—¡Qué delicioso y divertido fue! —dijo Leo, mientras salía de la puerta morada.

Cuarta Puerta: La Verde

Finalmente, Leo abrió la puerta verde, y al instante se vio rodeado de gigantescos árboles. Se encontraba en un bosque lleno de animales que hablaban. Un búho muy sabio lo saludó y le dijo:

—Este es el Bosque de la Amistad. Aquí, todo lo que hagas tiene que ser para ayudar a los demás.

Leo decidió caminar por el bosque y encontró a un conejo perdido, a una ardilla que no podía encontrar su nuez y a una tortuga que necesitaba ayuda para subir una colina. Leo les ayudó a todos con su corazón generoso. A cambio, el búho le regaló una ramita mágica que le permitiría hacer nuevos amigos por siempre.

—¡Qué bonito ayudar a los demás! —dijo Leo, mientras salía de la puerta verde.

Cuando Leo regresó al salón de su abuela, ya había vivido cuatro grandes aventuras. La abuela lo miró con cariño y le preguntó:

—¿Y qué aprendiste de todas esas puertas, Leo?.

Leo pensó un momento y luego dijo:

—Aprendí que la vida es como esas puertas. Cada día es una nueva aventura, y lo más importante es ser generoso, ayudar a los demás, y disfrutar de lo que hacemos. También aprendí que, aunque me divierte mucho jugar, siempre es bueno ayudar a quienes lo necesitan.

La abuela sonrió y le dio un abrazo:

—¡Eso es, Leo!. Cada día es una nueva aventura te enseña algo valioso para aprender.

Y colorín colorado, así Leo aprendió que la vida está llena de aventuras, y cada una de ellas nos enseña algo importante. Ayudar a los demás,  ser generosos y amables nos traerán  alegrías y momentos que nunca se olvidarán.

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