Había una vez una niña llamada Luna, que tenía una pasión muy rara… ¡le encantaba construir cosas con bloques de construcción usando 336 piezas! No importaba si eran de colores, grandes o pequeños, Luna siempre encontraba una forma de crear algo nuevo con esas piezas. Su cuarto parecía una tienda de bloques, ¡y su imaginación no tenía límites!.

Un día, Luna estaba apilando bloques de colores cuando se le ocurrió una idea genial. Pensó:
—¿Y si construyo algo tan grande que pueda subirme a él?.

¡Esa era una idea increíble!. Así que comenzó a apilar y apilar bloques, y no paró hasta que construyó una torre enorme, ¡más alta que el árbol de Navidad del vecino! Luna miró su creación y pensó:
—¡Voy a hacer la torre más giganteeeeesca del mundo!.

Pero había un pequeño problema… Mientras Luna se subía a la torre para verla desde lo alto, los bloques empezaron a tambalear. ¡Y entonces, ZAAAAS! La torre empezó a caer. Luna gritó:
—¡OH NOOOOOO!.

Pero en lugar de que todo cayera al suelo, ¡los bloques empezaron a organizarse solos!. Como si tuvieran vida propia, los bloques empezaron a girar y saltar como si fueran pequeños saltarines. ¡Y de repente, la torre se transformó en una gigantesca montaña rusa de bloques! Luna gritó emocionada:
—¡Alucinaaaaaaa vecinaaaaa, esto es lo más genial que he construido!.

Así que, sin pensarlo dos veces, se subió en la montaña rusa. Los bloques se movían rápido, ¡mucho más rápido de lo que Luna pensaba!. ¡Hizo giros y caídas tan grandes que su pelo parecía tener vida propia!. Pero lo más gracioso de todo era que, ¡cada vez que Luna gritaba, los bloques se reían con sonidos de «¡Wiiii, yujuu, yeey!»!.

Finalmente, después de muchas vueltas y risas, la montaña rusa se detuvo y Luna salió volando, aterrizando suavemente en un cojín gigante del sofá. Miró su creación y dijo:
—¡Lo he hecho!. ¡He creado una montaña rusa de bloques, y encima funcionaaaaaa!.

La torre ahora no solo era una construcción, ¡sino un parque de diversiones!. Y Luna decidió que iba a mostrarle a todo el mundo lo que había inventado. Pero antes de salir, corrió a poner una señal que decía:
—¡Prohibido subirse sin gritar de emoción, y acuérdate de caer en el cojín gigante para no hacerte un chichón!.

Y así, Luna pasó el resto del día viajando en su propia montaña rusa, rodeada de bloques que seguían saltando y riendo. Y cada vez que alguien preguntaba cómo lo hizo, Luna respondía con una sonrisa traviesa:
—¡Porque con bloques, todo es posible!.

Y colorín colorado, esta loca aventura de los bloques de construcción de Luna ha terminado.

¿Te has quedado con ganas de otro cuento?. Haz click aquí para leer más cuentos

Síguenos: Facebook o Instagram