
Había una vez un niño llamado Anacleto, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de campos y montañas. Anacleto adoraba salir a jugar todos los días en una casita de campo de madera que estaba en el jardín de su casa. Era su lugar favorito del mundo, lleno de árboles, flores y un sol que siempre parecía brillar más cuando él salía a jugar.
Un día, mientras jugaba con su viejo coche de pedales, sucedió algo increíble. Una mariposa muy grande, más grande que las dos manos de su abuelo, y que además, también era súper brillante, de un color amarillo tan intenso como el sol. De pronto, aquella mariposa apareció volando cerca de la ventana de la casita mientras el niño estaba haciendo carreras con su cochecito. Anacleto frenó en seco y quedó sorprendido con su boca abierta, pues, ¡nunca había visto una mariposa tan grande y tan bonita!. La mariposa, como si quisiera saludarle, se posó suavemente en la rama de un árbol cerca de él.
“¡Hola!”, dijo Anacleto, mirando a la mariposa con los ojos muy abiertos.
La mariposa, como si pudiera entenderlo, voló hacia él y se posó sobre su hombro. Anacleto se echó a reír, sintiendo un cosquilleo muy divertido.
Desde ese día, la mariposa, a la que Anacleto empezó a llamar “Juguetona”, vino a visitarlo siempre que jugaba en su casita de campo. Juguetona lo acompañaba por todas partes: cuando corría entre los árboles, cuando saltaba sobre las piedras y hasta cuando descansaba bajo la sombra de su olivo favorito. Era como si fuera su amiga inseparable, y siempre hacía algo muy divertido, como bailar alrededor de su cabeza, hacer piruetas en el aire o revolotear sobre un juguete cuando Anacleto no lo encontraba.
Un día, Anacleto decidió que su mamá debía conocer a su nueva amiga. Así que, mientras jugaba en su arenero creando castillos con mucho barro, conchas y caracoles, Juguetona voló hasta la mamá de Anacleto y se posó suavemente en su brazo. La mamá de Anacleto se sorprendió al ver a la mariposa tan cerca, pero en lugar de asustarse, entusiasmada.
“¡Qué mariposa tan bonita, no se asusta!”, exclamó. “¡Nunca había visto una tan de cerca, tan gigante y tan simpática!”.
Anacleto se echó a reír y le dijo: “Mamá, esta es Juguetona. Ella es mi amiga. ¡Y le encanta que le hagan fotos!”.
La mamá de Anacleto se agachó y sacó su cámara del móvil. Juguetona, como si supiera lo que iba a pasar, posó tranquilamente sobre la rama de un almendro en flor, sin moverse, incluso cuando la cámara estuvo a solo un centímetro de su delicada ala, ella seguía tranquila posando. El niño y su mamá quedaron impresionados por lo tranquila y juguetona que era aquella mariposa que cada tarde les acompañaba, y es que según cuenta una antigua leyenda, cuando ves una mariposa aparecer y te persigue por un tiempo, significa que alguien que no está entre nosotros y que nos quiere mucho, ha venido a vernos para darnos mucho cariño.
Desde ese día, Juguetona siguió visitando a Anacleto todas las semanas, y juntos vivieron muchas aventuras jugando en su casita de campo. Se hicieron grandes amigos, y miles de fotos, y aunque Juguetona tenía alas y podía volar muy alto, siempre regresaba durante horas al jardín de Anacleto, como si fuera su hogar también.
Y colorín colorado, así el niño descubrió que la amistad puede llegar de las formas más sorprendentes, y los amigos, por más diferentes que sean a nosotros, siempre tienen algo especial que compartir. Hay que saber valorar cada momento especial y único que la vida nos regale.
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