Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un niño de 8 años llamado Rodolfo, que vivía con su Yayi. Un día, mientras estaban en su acogedora casita de campo, notaron que la chimenea estaba tan vacía como un cajón de galletas olvidadas. ¡Se habían quedado sin leña!. Yayi, con su risa traviesa, decidió que era hora de ir a la montaña a buscar madera.
—¡Vamos, Rodolfo! —gritó Yayi, con su voz llena de emoción—. ¡La misión es clara: ¡leña o nada, y que se nos caiga el moco del frío, tu verás!.
Rodolfo se puso su mochila, con más entusiasmo que un perro frente a una pelota, y los dos emprendieron el viaje por el sendero hacia la montaña. El aire estaba fresco y el sol brillaba, pero lo más emocionante era saber que, con estos paseos con la Yayi… siempre ocurrían cosas raras.
De repente, algo extraño apareció a lo lejos. ¡Un conejo con gafas de sol!. No unas gafas cualquiera, sino unas enormes, de las que usan los superhéroes. El conejo los miró como si los conociera y luego se acomodó en una roca para tomar una siesta, con las patas cruzadas repanchigado como un rey.
—Yayi mira, ¿ese conejo está de vacaciones? —preguntó Rodolfo, con los ojos muy abiertos.
—¡Por supuesto!. —respondió Yayi, sin perder el paso—. Los conejos también necesitan descanso. ¡Todo el día corriendo y subiendo árboles, recolectando almendras, se ganan unas vacaciones, ves, hasta las gafas de sol lleva puestas!.
Rodolfo no podía dejar de reírse. Y así siguieron caminando, hasta que se toparon con un árbol tan enorme que parecía un edificio con ramas. Pero… ¡espera, alucinaaaaaaa!. El árbol, de pronto, empezó a moverse. No era un árbol normal. ¡Era un árbol bailarín!. Sus ramas se balanceaban al ritmo de una música que solo él podía escuchar.
—¡Vamos, Rodolfo, que este árbol tiene mucho swing! —gritó la Yayi, poniéndose a bailar como si no hubiera un mañana.
Rodolfo la siguió, riendo a carcajadas, y juntos se pusieron a bailar alrededor del árbol, que movía sus ramas como si fueran brazos. ¡Y hasta empezó a cantar!. “¡Baila, baila, soy el árbol de la casita de campo y llevo cientos de años bailandoooooo!”.
Después de un buen rato de baile, se alejaron un poco y, para sorpresa de Rodolfo, ¡se encontraron con una piedra gigante que tenía cara!. La piedra no solo tenía cara, sino que parecía estar bastante molesta.
—¡Oye, piedra!. ¿Qué haces aquí parada? —preguntó Rodolfo, curioso.
La piedra suspiró como si hubiera estado esperando algo importante, y dijo con voz grave:
—Estoy esperando a que alguien me convierta en un superhéroe. He estado entrenando durante siglos para volar… ¡pero no me sale!.
Rodolfo y la Yayi se miraron, sorprendidos, y empezaron a reír a carcajadas.
—¡¿Una piedra superhéroe?! —dijo Yayi, con los ojos brillando de emoción—. ¡Eso sí que es nuevo, no lo había visto ni en películas!.
Y entonces, como si estuviera demostrando su poder, la piedra sacó sus patitas y bracitos, y empezó a hacer flexiones. ¡Sí, flexiones!. De repente, hizo un salto mortal hacia atrás increíble, aterrizó de pie y gritó:
—¡Soy Piedra, el Súper Héroe! ¡Piedra fuerte, y jamás me detengo!.
Rodolfo y Yayi aplaudieron mientras alucinaban, pero el tiempo corría, así que siguieron su camino hasta que llegaron a la cima de la montaña. Ahí encontraron un árbol con un montón de ramas secas, piñas y palitos. ¡Perfecto para la chimenea!. Pero justo cuando la Yayi estaba a punto de cortar una rama, algo aún más raro sucedió. ¡Un pato gigante apareció flotando sobre ellos!.
Este pato no era un pato cualquiera, no. Llevaba una corona dorada y una capa morada, y se veía tan serio como un rey. Miró a Rodolfo y a la Yayi, y les dijo:
—Soy el Rey Pato de las Montañas. Si queréis leña, debéis cantar la Canción Real del Pato.
Rodolfo se quedó mirando al pato, sin saber si estaba soñando. Pero la Yayi… ¡Yayi no dudó ni un segundo!. Con su voz potente y llena de ritmo, comenzó a cantar como si estuviera en un concierto.
“¡Quiero leña, quiero palitos, para la chimenea!. Soy la Yayi y no quiero que se me caiga la moquita, ¡así que pato dame madera para meter en mi bolsa para la chimeneaaaaa, ooohhhh yeaaaah!” .
El pato, emocionado, empezó a bailar sobre el aire. ¡Estaba tan feliz de la fantasía de canción que les dio toda la leña que necesitaban!.
—¡Llevaros todo lo que queráis, grandes aventureros! —dijo el pato—. Vosotros sí que sabéis cantar y no las ardillas de aquel árbol.
Rodolfo y Yayi, con la mochila y la bolsa llena de leña, comenzaron el regreso a casa. En el camino, Rodolfo no pudo resistir la curiosidad:
—Yayi, ¿y si el conejo era un espía secreto que nos estaba observando? ¿O el árbol es un famoso cantante de la tele y no lo hemos reconocido?.
Yayi, mirando al horizonte con cara seria, respondió:
—Rodolfo, en este mundo, ¡todo es posible cuando tienes ganas de aventura!. Ya terminando el día y cerca de la casita, Rodolfo chilló de la emoción, pues sorteando las caquitas de las cabras montañesas, ¡encontró una moneda muy antigua entre la arena!, a él le gustaba coleccionarlas, tenía monedas de hasta de 1982. Pero de pronto, unos pasos más adelante vieron el gran pino gigante, escucharon un chasquido y alguien habló: —¡Hagan un deseo! —les dijo el árbol, con una voz suave como el viento. Rodolfo cerró los ojos y pidió un deseo muy especial, mientras la Yayi deseaba que siempre pudieran tener más aventuras juntos. El árbol brilló con mil luces, y en un abrir y cerrar de ojos, un mapa mágico apareció en sus manos.
Este mapa os llevará a todas las aventuras que quieran vivir —les dijo el árbol, sonriendo.
Pero, justo cuando iban a abrir el mapa para ver a dónde tenían la próxima aventura, algo extraño ocurrió. De repente, Rodolfo abrió los ojos mientras se limpiaba la baba del moflete, pues estaba roncando muy agusto. En ese momento, ¡Yayi también despertó!. Se miraron el uno al otro en el sofá en el que estaban frente a la chimenea, un poco confundidos, y comenzaron a reír.
—¡Eso fue increíble! —dijo Rodolfo, tocándose la cabeza como si todavía estuviera flotando.
— ¡Ala, parecía que estábamos en una película de aventuras de la tele!. ¿Tu también lo has soñado Rodolfo? —preguntó la Yayi, sonriendo de oreja a oreja.
—¡Sí! ¡Fue como una gran aventura de verdad Yayi! —respondió él.
Pero al mirar por la ventana, vieron que el sol ya se estaba poniendo y la chimenea seguía encendida, tan acogedora como siempre.
Y colorín colorado, aunque el mapa y el conejo con las gafas de sol ya no estaban, Rodolfo y Yayi sabían que, en su corazón, siempre llevarían las mejores aventuras con o sin soñar. Y aunque se dieron cuenta de que todo había sido un sueño, no podían evitar sonreír, porque sabían que, en algún lugar de sus corazones, sus aventuras continuarían siendo siempre mágicas e inolvidables.
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