Había una vez, en un pueblito tan tranquilo, donde las vacas se quedaban dormidas del aburrimiento, un niño llamado Arturo. Un día, su mamá le dijo:

— ¡Arturo! ¡Prepara tus cosas!. Nos vamos de viaje a una ciudad medieval. ¡Imagina: calles con piedras, monumentos gigantes, torres que tocan el cielo, puentes misteriosos y hasta seguro que veremos dragones!. Va a ser tu prueba de fuego para comenzar a viajar a reinos muy lejanos.

Arturo, que ya había vencido a tres dragones en su imaginación aquella mañana, saltó de alegría y gritó:

— ¡SÍ, MAMÁ!. ¡Voy a ser un caballero con armadura brillante y una espada más grande que una ballena!. ¡Voy a salvar a todos, y cuando me cansé, me tomaré un helado en la plaza!.

Su mamá, con una sonrisa que casi explotaba de emoción, preparó la maleta, lo agarró de la mano y, de un salto, tomaron el tren. Durante el viaje, Arturo no dejaba de hacer sonidos de espada, como «¡Shhhiiiing! ¡Crrrraash!» y movía sus brazos como si estuviera peleando con dragones invisibles y magos malvados.

Al llegar a la ciudad medieval, Arturo quedó boquiabierto. Las calles eran como laberintos gigantes, las casas parecían castillos de cuentos y el río brillaba tanto que casi seguro se podría pescar una estrella. Pero lo más impresionante era la torre gigante que parecía tan alta como un cohete espacial.

— ¡Mira, mamá! ¡Una torre gigante! ¡Voy a escalarla y seré el rey de los cielos!.

Pero antes de que pudiera salir corriendo, su mamá lo detuvo con una mano mágica (también conocida como «la mano de mamá»).

— ¡Espera, Arturo! Primero vamos a ver qué más tiene esta ciudad. ¡Las aventuras nos esperan!.

Arturo, con cara de león feroz, asintió y se fue dando saltitos de caballero. ¡Y entonces lo vio!. Una tienda de espadas brillaba frente a él… ¡pero no eran espadas cualquiera! ¡Eran espadas de madera tan brillantes que casi cegaban a las personas! ¡Y todas tenían un poder mágico invisible!.

— ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mira eso! ¡Esa espada tiene poder! ¡Voy a salvar reinos enteros y ganar mil y una batallas!.

Su mamá, que sabía que no había escapatoria, le dio su carterita con lo que él había ahorrado y le dijo:

— ¡Está bien, Arturo! Pero no me vayas a cortar a nadie, ¡ni a hacerle chichones a los dragones ni a los turistas que van paseando!.

Arturo agarró la espada de madera más brillante de todas, que tenía una empuñadura dorada con una águila, y en la punta un redondel con la cabeza de un león con una piedra preciosa roja que parecía hecha con la misma sangre de un dragón. Al tocarla, sintió un rampazo y notó que podía volar, correr más rápido que un guepardo y derrotar a cualquier monstruo que se le pusiera por el camino. ¡O al menos, eso le parecía!.

— ¡Ahora voy a salvar el mundo! ¡Mamá, prepárate! ¡Dragones, monstruos, trolls, ogros… nada me detendrá!. ¡Chassssh, chasssssh!

Arturo empezó a hacer movimientos de espada como si estuviera luchando contra un ejercito de monstruos invisibles. Se metió en el río (bueno, hasta las rodillas) y gritó:

— ¡Allí está! ¡El monstruo del lago Ness! ¡Rápido, mamá! ¡Haz como que te salvo!.

Mientras, Arturo saltaba de un lado a otro como un ninja, agitando su espada de madera como si fuera una tormenta con 20 huracanes. Los turistas lo miraban confundidos y luego empezaron a aplaudir, pensando que era parte de un espectáculo de la ciudad.

— ¡Cuidado, mamá! ¡Un puente volador! ¡Tenemos que cruzarlo antes de que caiga al abismo!.

Y con el mayor de los estilos, Arturo corrió por el puente imaginario, mientras su mamá trataba de seguirle el ritmo. Se subieron a un «caballo mágico», que en realidad era un banco de madera, y Arturo, con voz de caballero, gritó:

— ¡A la batalla, mamá! ¡Nos esperan dragones, trolls y monstruos con más barriga que cerebro!.

Corrieron por toda la ciudad, Arturo con su espada de madera haciendo ruidos como si estuviera rompiendo montañas, y mamá siguiendo el ritmo, riendo a carcajadas. En cada esquina, Arturo pensaba que veía a un dragón o un ogro gigante.

Finalmente, después de correr por toda la ciudad, haciendo batallas imaginarias y siendo el caballero más valiente del reino, Arturo se sentó en una plaza con su espada, mirando su reflejo en el agua.

— ¡Esta espada de madera es la mejor del mundo, la llamaré Tizona! ¡He vencido a dragones, rescatado princesas y príncipes, y hasta luchado con un troll de tres ojos! ¡Ahora soy el caballero más fuerte de todos!.

Su mamá se sentó junto a él, le acarició el cabello y le dijo:

— ¡Sí, campeón! ¡Con esta espada de madera, no hay nada que puedas temer!. ¿Ves aquella montaña donde se junta con el cielo? Eso es el horizonte, y tu imaginación siempre llegará más lejos de allí.

Y así, entre risas y aventuras, Arturo pasó el día entero luchando, corriendo y saltando por todas las callejuelas, y haciéndose mil y una fotos en cada rincón de la ciudad medieval. Y aunque no había dragones reales ni monstruos gigantes, se sintió como el héroe más grande de todos los tiempos.

Y colorín colorado, este cuento de espadas divertidas ha terminado… ¡pero las aventuras de Arturo acaban de comenzar con la prueba de fuego superada!.

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