En un pequeño pueblo llamado Colorín, vivía una aventurera niña llamada Valeria que tenía un sueño: quería ser fotógrafa. Pero no una fotógrafa cualquiera, ¡sino la mejor del mundo! Con su móvil siempre en mano, Valeria estaba lista para capturar todo lo que sucedía a su alrededor.

Cada mañana, cuando salía de casa, su mente empezaba a funcionar como una cámara rápida. «¿Qué aventuras me esperan hoy?» se preguntaba, mientras se ajustaba su gorra de exploradora. ¡Y las aventuras no tardaban en llegar!.

Un día, mientras paseaba por el parque, Valeria vio a su amigo Tomás intentando volar una cometa que parecía más un pato gigante que una cometa. ¡Era tan torpe que parecía estar en una competencia de caídas! Valeria no pudo resistirse y decidió tomar una foto. En ese preciso instante, ¡la cometa se enredó en un árbol!

—¡Ayuda! —gritó Tomás, mientras intentaba, sin éxito, liberar su «pato volador».

Valeria se rió tanto que casi se le cae el móvil. Con una sonrisa pícara, sacó otra foto de Tomás con la cometa atascada. «Esto va a ser un éxito en Instagram», pensó. Mientras tanto, los pájaros del árbol se reían de la escena.

Otro día, Valeria decidió visitar a la señora Rosa, la panadera del pueblo. Era famosa por sus pasteles gigantes. Cuando llegó, encontró a la señora Rosa tratando de sacar un pastel de chocolate tan enorme que necesitaba tres amigos y un gorro de chef para sostenerlo.

—¡Valeria! ¡Ayúdame! —gritó la señora Rosa, mientras el pastel comenzaba a tambalearse.

Valeria, emocionada, tomó una foto justo cuando el pastel empezó a caer. En un intento de salvarlo, la señora Rosa se puso un trozo de chocolate en la cabeza como un sombrero. ¡El resultado fue una foto hilarante! Valeria se rió tanto que su risa se escuchó en todo el pueblo.

—Esa es una obra de arte —dijo la señora Rosa, mirando su reflejo en el móvil—. ¡Vamos a hacer postales con esto!

Pero las aventuras no se detuvieron ahí. Un día, mientras caminaba hacia la escuela, Valeria vio a su gato, Miau, persiguiendo su propia sombra. Decidió grabar un video. ¡Miau se lanzó en una persecución tan intensa que terminó tropezando con un arbusto! Valeria no podía parar de reír mientras grababa.

—¡Eres un gran cazador de sombras, Miau! —dijo, mientras el gato la miraba, confundido y lleno de hojas.

Una tarde, Valeria tuvo una idea brillante. “¿Y si organizo una exposición de fotos en el pueblo?” Pensó que podía mostrar sus mejores aventuras. Así que decidió invitar a todos sus amigos.

El día de la exposición, Valeria colgó sus fotos en el parque: Tomás y su cometa pato, la señora Rosa con el pastel en la cabeza, y Miau persiguiendo su sombra. Todos los habitantes del pueblo llegaron a ver las obras de arte. Se reían y disfrutaban, y Valeria se sintió como una verdadera artista.

Finalmente, el alcalde del pueblo, con una gran sonrisa, le dijo:

—Valeria, tú deberías ser la fotógrafa oficial de Colorín. ¡Tus fotos hacen reír a todos!

Valeria saltó de alegría. Desde entonces, cada día se convertía en una nueva aventura, y su móvil se llenaba de momentos divertidos. Con su imaginación infinita y su amor por la fotografía, Valeria no solo capturó imágenes, ¡sino también sonrisas!

Y colorín colorado, ¡este cuento de aventuras y miles de fotos se ha acabado!.

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