Había una vez, en un pequeño pueblo lleno de luces parpadeantes de Navidad y un aire de fiesta increíble, una niña llamada Blanca. Ella estaba tan emocionada porque ese día llegaba la esperada Cabalgata de los Reyes Magos. ¡Ese día en el que los tres Reyes Magos suben a sus camellos y recorren las calles, lanzando caramelos y regalitos a todos los niños!. Pero este año, algo muy raro iba a suceder. ¡Un cambio tan gigante que todos se reirían hasta que les dolieran los 20 músculos de la cara!.
Blanca, con su gorro de Navidad de orejas de reno y una sonrisa tan grande que casi le salía de la cara, salió corriendo de su casa. Miró hacia el cielo buscando alguna estrella fugaz y, aunque no vio ninguna, estaba segura de que algo increíble estaba por suceder. Se apresuró a llegar a la plaza, donde la cabalgata iba a empezar. Pero cuando vio la primera fila de camellos, ¡se quedó congelada en su lugar!. ¡Había uno de más!.
En lugar de los tres camellos grandes y majestuosos, ¡había cuatro!. Y cada uno estaba decorado con luces de neón, campanas de colores y hasta ¡tiraban un montón de confetis!. Uno de los camellos tenía una corona tan enorme que casi tocaba las nubes, ¡y eso no era todo!. El camello rosa, que se veía como si estuviera de fiesta todo el tiempo, estaba saltando con un ritmo que parecía sacado de una discoteca.
—¡Mamá! ¡Mamá! ¡Hay un camello extra! —gritó Blanca, asombrada.
Su mamá, con una sonrisa misteriosa, le susurró:
—Ah, es que este año la historia cambió, Blanca. ¡Ahora hay cuatro Reyes Magos! Uno más que antes, porque este año hay tantos niños que se han portado bien, que necesitaban más ayuda… ¡pero, shhhhhh, es una sorpresa!.
Blanca no podía creer lo que escuchaba. ¿Cuatro Reyes Magos?. ¿Quién sería el cuarto?. ¿Y qué tipo de regalos mágicos traería?.
La cabalgata comenzó y los niños corrían por todas partes. Primero apareció Melchor, montado en su camello de pelo dorado. ¡Melchor lanzaba caramelos como si fuera un cañón a propulsión!. Los caramelos volaban tan alto que algunos niños tuvieron que saltar encima de sus papás para atraparlos. Luego, Gaspar llegó en su camello verde, que brillaba como una luciérnaga en la oscuridad, regalando muñecos de peluche y cajas de música. Baltasar, el tercero, venía en su camello marrón, regalando chocolates, coches teledirigidos y… ¡un montón de chistes!. Porque cada vez que alguien lo miraba, Baltasar les hacía una cara tan rara y contaba un chiste que todos estallaban en carcajadas.
Pero de repente, algo raro ocurrió. El cuarto camello apareció. ¡Era rosa brillante, como un algodón de azúcar gigante!. Y el cuarto Rey no llevaba corona de oro ni capa de lujo. ¡No, no!. Llevaba una bufanda morada y una gran nariz roja. ¡Era el Rey más divertido de todos!. Mientras saltaba de su camello, que hacía piruetas de circo en el aire, gritó:
—¡Hola, niños! ¡Soy el Rey Rápido!. Y vengo a traer los regalos más alocados y divertidos del mundo. ¡Abrocharos fuerte las mochilas, los bolsos y las dentaduras!.
Y, de repente… ¡una tormenta de confetis comenzó a caer del cielo!. Pero no eran confetis normales, ¡no!. Eran confetis de colores mega brillantes y super largos que brillaban como si fueran fuegos artificiales. ¡Y caían en forma de estrellas, corazones y hasta en forma de pequeños camellos!. Blanca no sabía si reír o intentar atraparlos, ¡pero los confetis volaban por todas partes como una bonita lluvia de alegría!.
El Rey Rápido comenzó a repartir los regalos más locos que Blanca había imaginado. A su vecino le dio un sombrero de payaso tan grande que casi le tapaba todo el cuerpo, a la señora Isabel le lanzó un mega trombón azul (sí, un trombón gigante) y, para Blanca, ¡le dio un par de calcetines que gritaban “¡HOLA!” cada vez que andaba!.
—¿Y esos calcetines qué hacen? —preguntó Blanca, sorprendida.
El Rey Rápido soltó una risa escandalosa y dijo:
—¡Pues cuando te los pones, te hacen cosquillas y hablan!. Pero ¡hay que bailar para que funcione! ¡Baila, Blanca, baila!.
Blanca no lo pensó ni un segundo y comenzó a mover los pies al ritmo de una música invisible. Los calcetines gritaban “¡HOLA! ¡HOLA!” con cada paso. Pronto, toda la plaza se llenó de niños bailando, todos con calcetines que gritaban y saltando en medio de una tormenta de confetis que hacía que la gente pareciera estar dentro de una gran fiesta.
Los otros Reyes seguían lanzando sus regalos tradicionales, como libros y muñecas, pero el Rey Rápido siempre tenía algo más estrafalario preparado. En un momento, hizo que su camello rosa diera un gran salto tan alto que todos los camellos empezaron a girar en el aire, lanzando caramelos y globos de confeti por todos los callejones. ¡Era una fiesta total que nadie podría olvidar!.
La gente reía, Blanca no paraba de bailar, y los camellos, ¡¡seguían haciendo piruetas!!. El Rey Rápido no paraba de saltar y de lanzar confetis por todos lados, mientras gritaba:
—¡Que no se detenga la magia!. ¡Todos a bailar, a bailar!. Hasta los abuelitos que tenían muletas comenzaron a mover sus caderas como no hacían en muchísimos años. ¡La cabalgata de ese año fue la más divertida de todas!. Los Reyes Magos ya no eran tres, ¡eran cuatro!. Y no solo trajeron regalos, sino también una avalancha de risa, confetis, baile y alegría para todas las edades.
Al final de la cabalgata, cuando los camellos fueron desapareciendo en la distancia, Blanca miró a su mamá y le dijo, entre risas:
—¡Mamá, creo que el Rey Rápido es mi favorito!.
Y su mamá, mientras seguía sacudiéndose el confeti del cabello, respondió:
—¡El mío también, Blanca!. ¡Este fue el mejor día de Reyes de todos!.
Y así, el pueblo jamás olvidó que ese año, la cabalgata de los Reyes Magos tuvo un cuarto Rey… ¡y el más divertido de todos haciendo feliz a todos los vecinos y vecinas del lugar!.
Y colorín colorado, este cuento del Día de Reyes con la tormenta mágica de confetis, risas e ilusión ha terminado.
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