Había un vez un pequeño pueblo rodeado de montañas, había un árbol mágico conocido como el Árbol de los Deseos. Se decía que si alguien le contaba un deseo al árbol, este se lo cumplía. Pero había una regla: solo se podían pedir tres deseos en la vida.
Elsa, una niña de ocho años con una imaginación desbordante, había escuchado historias sobre el árbol desde que era muy pequeña. Un día, decidió que era hora de hacer sus deseos realidad. Así que, con una sonrisa radiante, se dirigió al bosque donde crecía el árbol.
Cuando llegó, vio un árbol enorme y frondoso, con hojas que brillaban como estrellas. Se acercó y, con un gran suspiro, dijo:
—¡Hola, Árbol de los Deseos! Soy Elsa, y quiero hacer mis tres deseos.
El árbol, con una voz profunda y suave, respondió:
—¡Hola, Elsa! Estoy aquí para escuchar tus deseos. ¡Hazlos con cuidado!.
Elsa pensó un momento. Su primer deseo era algo que siempre había querido.
—Quiero una perrita que pueda hablar, ¡y que sea mi mejor amiga! —dijo con entusiasmo.
De repente, un pequeño perrito apareció frente a ella. Era de color marrón con manchas blancas y, cuando se sentó, dijo:
—¡Hola, Elsa! ¡Soy Nely, tu nuevo amiga! ¿Qué haremos hoy?.
Elsa no podía creerlo. ¡Su deseo se había hecho realidad! Juntas, comenzaron a correr y jugar. Nely era muy divertida y siempre hacía chistes. A veces, incluso contaba chistes tan malos que hacían reír a Elsa hasta que le dolía la barriga.
Después de un rato de juegos, Elsa recordó que aún le quedaban dos deseos. Así que, mirando el árbol, dijo:
—Para mi segundo deseo, quiero tener un castillo de chocolate. ¡Un castillo gigante donde pueda invitar a todos mis amigos!
Al instante, frente a ella apareció un castillo reluciente, hecho completamente de chocolate. Las torres eran de chocolate blanco, y las puertas de chocolate oscuro.
—¡Mira, Nely! ¡Es un castillo de chocolate! —gritó Elsa, saltando de alegría.
—¡Increíble! ¡Espero que no se derrita! —dijo Nely, olfateando el aire.
Elsa y Nely corrieron hacia el castillo y comenzaron a explorar. Las paredes eran suaves y dulces, y había fuentes de chocolate por todas partes. ¡Era un verdadero paraíso!
Después de un festín de chocolate y risas, Elsa se dio cuenta de que solo le quedaba un deseo. Pensó un poco más y decidió que quería hacer algo especial.
—Para mi tercer deseo, quiero que todos los niños del mundo tengan un día de diversión sin fin, lleno de juegos y risas. —dijo Elsa, con determinación.
El árbol brilló intensamente y, de repente, un suave viento comenzó a soplar. En ese instante, todo el mundo sintió una ola de alegría y emoción. Todos los niños comenzaron a jugar, reír y disfrutar de aventuras sin parar.
Elsa sonrió al ver que su deseo se hacía realidad. Nely le dio un ladrido de felicidad.
—¡Eres la mejor! —dijo Nely—. ¡Hiciste que todos fueran felices!.
Con su corazón lleno de alegría, Elsa abrazó a Nely y se sentó bajo el árbol, sintiéndose muy satisfecha. Había pedido tres deseos, y todos habían sido increíbles, pero el más importante era el último, que hizo sonreír a muchos.
Y así, Elsa regresó a casa, llevando consigo un nuevo amigo, un delicioso castillo de chocolate, y el hermoso sentimiento de que hacer felices a otros es el mejor regalo de todos.
Y colorín colorado, ¡este cuento de Elsa y el Árbol de los Deseos se ha acabado!.
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