Había una vez, en una aldea lejana, un vampirito llamado Vladito Torpedo, más conocido por parte de su apellido que le venía ni que pintado: el «Vampi Torpedo», por lo torpe que era. Vladito no era un vampiro cualquiera; era muy, pero muy torpe. Aunque tenía colmillos afilados y una capa negra que ondeaba al viento, nunca conseguía dar miedo. De hecho, cada vez que intentaba asustar a los vecinos de la aldea, ¡terminaba asustándose él mismo!.
Una noche, Vladito decidió que ya era hora de ser el vampiro más aterrador de toda la aldea. «¡Esta vez, lo lograré!», se dijo, mientras se ponía su capa reluciente de terciopelo, pero que siempre se le enredaba en sus piernas. Pero, lo peor de todo era que Vladito tenía una jauría de lobos, lobos pero que muy despeinados que siempre lo acompañaban allá donde iba.
Estos lobos, en lugar de ser feroces y aterradores, eran un desastre. Siempre corrían en círculos, se tropezaban y se chocaban cayendo unos encima de otros y se reían sin parar, así que poca función aterradora hacían. ¡Ni siquiera podía aullar bien!. En lugar de «¡Auuuuu!», solo salían ruidos extraños como «¡Aiii-uhhh!» o «¡Eiiichhhh!», que eso no daba ni un poquito de miedo, pero sí hacía dolor en el tímpano del oído de lo desafinado que aullaban los pobrecitos.
Esa noche, Vladito decidió ir a la casa del panadero. “Voy a darle un gran susto”, pensó, mientras sus lobos comenzaban a dar saltitos alrededor de él.
Cuando llegaron a la casa del panadero, Vladito se paró frente a la puerta y dijo con voz grave: “¡Soy Vladito, el vampiro, y vengo a… ¡a… hacerte… ¡Buuuuuuh!”. Pero justo en ese momento, uno de sus lobos, llamado Pelusa, le dio un mordisco a la capa y la lanzó por los aires, y comenzó a perseguirla como si fuera un frisbee, Pelusa hoy estaba juguetón, en vez de mega aterrador. El panadero abrió la puerta, vio todo el caos y, en lugar de asustarse, soltó una gran carcajada del espectáculo que estaba viendo, ¡y encima de gratis!.
“¡Pero qué es esto!. ¿Un vampiro con lobos despeinados alocados?. ¿Y qué les pasa a esos lobos, les habrá sentado mal la cena?. Tienen mala cara. ¡Esto parece más un circo que una amenaza aterradora!”, dijo el panadero entre risas.
Vladito se sintió muy avergonzado, pero decidió no rendirse. “¡Vamos, lobos, digan mi ejemplo! ¡Seremos los más aterradores del lugar, buuuuuuuhhhhhhh!”.
Entonces, llegaron a la casa de la señora Margarita, que siempre llevaba una bufanda enorme. “¡Ahora sí que le voy a dar miedo!”, dijo Vladito Torpedo. Esta vez, él se subió a una caja de madera para parecer más alto. Los lobos empezaron a girar alrededor de él y uno de ellos, llamado Rizo, quedó atrapado dentro de una de las cajas de madera que tenían tomates. ¡El ruido que hacía la caja parecía más un globo desinflándose que algo aterrador!.
La señora Margarita salió al balcón tras el tremendo ruido y jaleo, vio la escena y exclamó: “¡Ay, por favor!. Esto es lo más gracioso que he visto en toda mi vida. ¿Un vampiro y unos lobos despeinados haciendo malabares con cajas y tomates por los aires?. ¡Váyanse ya, que voy a hacer galletas antes de dormir y no me da tiempo, shhhhhh, que vais a despertar a todo el vecindario!”.
Vladito suspiró, derrotado. “¿Por qué nadie se asusta?. ¡Mis lobos no son nada aterradores, solo que un poco despistados!”.
Pero en ese momento, los lobos empezaron a aullar… y esta vez, lo hicieron bien. “¡Auuuiiii… ehhh…¡Aaaaiiiiaaauuuuu!”. El sonido fue tan raro que todos los vecinos comenzaron a asomarse a sus ventanas, riendo a carcajadas.
De repente, el panadero, la señora Margarita, y hasta el cartero, se unieron a los lobos despeinados en una divertida danza de aullidos y risas. ¡Vladito y sus lobos habían conseguido algo que jamás imaginaron: hacían reír a todos los vecinos de la aldea!.
Desde ese día, Vladito ya no intentó dar miedo. Ahora, él y sus lobos despeinados eran los grandes comediantes de la aldea. ¡Y, aunque nunca lograron asustar a nadie, siempre seguirían haciéndolo reír muchísimo a todo aquel que se cruzase en su camino!.
Y colorín colorado, Vladito el Vampirito Torpe descubrió que, a veces, lo más divertido no es asustar, sino hacer reír a los demás.
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