En un bosque mágico, donde los árboles eran de caramelo y las flores cantaban canciones alegres, vivía un unicornio llamado Brillito. Brillito no era un unicornio cualquiera; tenía una melena de colores brillantes que cambiaban con su estado de ánimo. Si estaba feliz, su melena brillaba como un arcoíris; si estaba triste, se volvía gris como una nube.

Un día, mientras Brillito paseaba por el bosque, escuchó un bullicio proveniente de la colina. Curioso, decidió investigar. Al llegar a la cima, vio a sus amigos: la ardilla Chispa, el conejo Saltarín y la tortuga Lenta. Todos estaban reunidos alrededor de algo muy especial: ¡una gran piñata en forma de estrella!

—¡Hola, Brillito! —gritó Chispa emocionada—. ¡Vamos a romper la piñata! Pero necesitamos tu ayuda.

Brillito sonrió y movió su melena arcoíris. —¡Claro! ¿Cómo puedo ayudar?

Saltarín explicó: —La piñata está llena de dulces mágicos, pero es muy dura. Necesitamos que uses tu cuerno para romperla.

Brillito se acercó a la piñata y concentró toda su energía mágica en su cuerno brillante. Con un toque suave, hizo «¡PUM!» y… ¡la piñata no se rompió! En cambio, comenzó a girar y girar como si estuviera bailando.

—¿Qué está pasando? —preguntó Lenta mientras intentaba seguir el movimiento con su cabeza.

De repente, la piñata lanzó una lluvia de confeti brillante por todo el lugar. Todos los animales comenzaron a reírse al ver cómo el confeti caía sobre ellos como si fueran estrellas fugaces.

—¡Esto es increíble! —gritó Chispa mientras trataba de atrapar el confeti con sus pequeñas patas.

Brillito se rió tanto que su melena cambió a un color aún más brillante. Decidió intentar nuevamente romper la piñata. Esta vez corrió hacia ella con todas sus fuerzas y… ¡ZAS! Su cuerno tocó la piñata justo en el centro.

¡Y esta vez sí funcionó! La piñata estalló en mil pedazos y una lluvia de dulces mágicos cayó del cielo: caramelos que rebotaban, galletas que hacían ruido al morderlas y chicles que flotaban como globos.

Los amigos comenzaron a correr para recoger los dulces mientras Brillito saltaba de alegría. Pero había un problema: los dulces eran tan mágicos que empezaron a cobrar vida. Los caramelos comenzaron a bailar, las galletas hicieron una fila para hacer piruetas y los chicles voladores empezaron a jugar al escondite entre los árboles.

—¡Esto es una locura! —exclamó Saltarín riendo mientras trataba de atrapar un caramelo bailarín.

Brillito no podía parar de reírse al ver cómo sus amigos intentaban atrapar los dulces traviesos. Entonces tuvo otra idea divertida:

—¡Vamos a hacer una fiesta con estos dulces!

Así que todos se pusieron manos a la obra. Decoraron el bosque con guirnaldas hechas de chicles flotantes y llenaron mesas con galletas danzarinas. Cuando todo estuvo listo, Brillito usó su magia para hacer que todos los dulces se quedaran quietos por un momento.

La fiesta comenzó con música alegre proveniente de las flores cantoras. Todos bailaron bajo las luces brillantes del bosque mágico mientras disfrutaban de los deliciosos dulces.

Al final del día, cuando el sol comenzaba a ponerse y todo estaba cubierto por un brillo dorado, Brillito miró a sus amigos felices y dijo:

—Hoy ha sido uno de los mejores días de mi vida gracias a ustedes.

Y así fue como Brillito aprendió que no solo era especial por ser un unicornio mágico, sino también porque tenía amigos increíbles con quienes compartir risas y aventuras en su maravilloso bosque.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado… ¡pero las fiestas en el bosque mágico nunca verás que han terminado!.

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