El Reino de los Cuentos Cambiados – Parte 2: ¡La invasión de las cosas que no tocan!

Había pasado un tiempo desde que Julia, Nico y Nika la gata karateka devolvieran las letras robadas. Todo iba bien… hasta que un martes por la mañana, en el Reino de los Cuentos Cambiados, las cosas empezaron a aparecer donde no tocaba.

En el desayuno de la princesa Valentina, en vez de galletas… ¡había un zapato de payaso dentro de la taza de leche!.
En el gimnasio del castillo, los caballeros encontraron peluches de dinosaurios en lugar de pesas.
Y lo más extraño: ¡en la biblioteca real, todos los libros estaban escritos… con recetas de tortilla de patatas de todos los países!.

—Esto huele raro —dijo Julia subiéndose las gafas de sol que otra vez no necesitaba porque estaba lloviendo a cántaros—.
—Y a tortilla… —añadió Nico, que seguía con su disfraz de brócoli porque decía que le traía mucha suerte.

Nika, la gata karateka, señaló con su patita un cartel misterioso pegado en una farola que decía:
“Se buscan voluntarios para un concurso de cosas cambiadas. Premio: una nube personal para saltar encima.”

—¡Esto tiene toda la pinta de ser una trampa! —dijo Julia.
—¿Vamos? —preguntó Nico.
—¡Claro! —respondió Julia—. Las trampas son mi deporte favorito.

El sospechoso número uno

Fueron directos a la Tienda de Cosas Inútiles del Hada Carlota, donde vendían paraguas sin tela, lápices que solo escribían si estabas cantando, y sillas con patas invisibles.

—No he sido yo —dijo Carlota mientras soplaba burbujas por la nariz—. Aunque reconozco que me encantaría cambiarle los calcetines a todos los dragones del reino por calcetines con rayas de colores, son tan monos.

El sospechoso número dos

Visitaron al Ratón Pérez… que ahora estaba de vacaciones en la playa y había montado un chiringuito de batidos con sabor a mermelada de queso.
—Yo no cambié nada —aseguró Pérez—, pero si encontráis al culpable, avisadme: le quiero contratar para mi show de magia.

El culpable inesperado

Finalmente, en el Bosque de las Cosas Repetidas, encontraron al culpable… ¡un duendecillo llamado Patasarriba!.
Iba vestido con un pijama de flamencos rosas y estaba reorganizando el mundo a su manera:

—¡Las cucharas en el cajón de los calcetines!
¡Las camas en el techo!
¡Las princesas volando por el cielo en escobas!
¡Los dragones haciendo cola en la heladería para pedir cucuruchos de espaguetis congelados!
¡Las ranas del estanque con patines de purpurina!
¡Los caballeros montando unicornios hinchables en el mercado!
¡Los cuentos que empiecen por “Fin” y terminen con “Érase una vez”!
¡Y un sinfín de cosas cambiadas que hacían que todo pareciera un festival de locuras con música de charanga de las fiestas del pueblo!.

Julia se quedó mirándolo con cara de “esto es demasiado incluso para mí”. Nico, en cambio, apuntaba todo en una libreta porque pensaba usar esas ideas en la próxima feria del colegio, aquello era un maravilloso derroche de ideas innovadoras.

Julia puso las manos en jarras:
—¿Pero por qué haces esto?.
—Porque me aburro —respondió el duendecillo—. Todo estaba demasiado ordenado, ¡y el aburrimiento es mi peor enemigo!.

Julia pensó un momento y luego sonrió:
—Vale, trato hecho. Devuelves todo a su sitio, y a cambio te damos un trabajo como “Mezclador Oficial de Fiestas” del Reino. Podrás cambiar las cosas… ¡pero solo durante las celebraciones!.

El trato se selló con un apretón de manos, un estornudo ninja de Nika y una explosión de confeti fucsia que salió disparado de un tubo secreto que Nico llevaba escondido en su disfraz de brócoli “por si acaso”.

Desde entonces, cada fiesta del Reino de los Cuentos Cambiados era un auténtico festival de locuras:

  • Pasteles que cantaban ópera y desafinaban a propósito para hacer reír.

  • Sombreros mágicos que te hacían flotar exactamente 55 centímetros… ni uno más, ni uno menos, para que nadie se chocara con las lámparas del castillo.

  • Y auto-zapatillas traviesas que bailaban solas la macarena…

Y colorín colorado, a veces las cosas cambian… y no siempre como habías imaginado. Pero si las miras con imaginación, si las aderezas con una pizca de risa y un pellizco de locura, hasta el mayor de los líos puede convertirse en la mejor de las aventuras. Porque el mundo —igual que los cuentos— brilla más cuando cada persona pone su toque especial, sin que nadie se quede fuera… ¡y donde lo raro, lo distinto y lo inesperado son los ingredientes secretos para que la historia, seguro, sea inolvidable!.

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