Había una vez un perro llamado Max, que era el más travieso de todo el vecindario. Un día, mientras paseaba con su dueño por un hermoso campo de maíz, Max vio algo que lo hizo saltar de emoción: ¡una mariposa gigante! Sin pensarlo dos veces, salió corriendo tras ella.
—¡Max, vuelve aquí! —gritó su dueño, pero Max ya estaba muy lejos, persiguiendo a la mariposa que danzaba entre las altas plantas de maíz.
Después de correr y correr, Max se dio cuenta de que había perdido de vista a la mariposa. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba completamente perdido en un inmenso campo de maíz. Las plantas eran tan altas que parecía estar en un laberinto verde.
—Oh no… ¿y ahora qué hago? —se preguntó Max mientras movía su cola nerviosamente.
Mientras intentaba encontrar el camino de regreso, comenzó a olfatear algo extraño. Era un olor delicioso y misterioso. Siguiendo su nariz curiosa, se adentró más en el campo hasta que llegó a un lugar donde el suelo parecía diferente.
Max empezó a cavar con sus patas delanteras, emocionado por descubrir qué había allí. ¡Y de repente! ¡ZAS! Sacó algo enorme y huesudo del suelo. Al principio pensó que era un gran hueso para perros, pero al mirarlo bien se dio cuenta de que era… ¡un hueso gigante!
—¡Guau! —exclamó Max con los ojos muy abiertos—. ¡Es un hueso de dinosaurio!
Max no podía creerlo. Había encontrado un hueso del T-Rex enterrado en medio del campo de maíz. Se imaginó cómo sería ese enorme dinosaurio corriendo por ahí mientras él jugaba en el parque.
Decidido a llevarse su increíble hallazgo, Max comenzó a arrastrar el hueso hacia atrás. Pero como era tan grande y pesado, cada vez que tiraba de él, terminaba dando vueltas como si estuviera bailando.
—¡Mira cómo baila el perro! —gritó una ardilla desde una rama cercana mientras reía.
Max se detuvo y miró hacia arriba con una expresión divertida en su cara. Entonces decidió hacer una pequeña actuación para la ardilla. Comenzó a girar y dar saltos alrededor del hueso mientras movía la cola al ritmo de una música imaginaria.
De repente, escuchó risas provenientes del otro lado del campo. Eran otros animales: un grupo de patos que nadaban en una charca cercana y unos conejos curiosos que habían venido a ver qué pasaba.
—¡Vamos a ayudarlo! —dijo uno de los patos mientras volaban hacia él.
Los patos comenzaron a empujar el hueso desde un lado mientras los conejos tiraban desde el otro. Juntos hicieron tanto ruido que pronto todos los animales del campo se reunieron para ver la diversión.
Finalmente, después de mucho esfuerzo (y muchas risas), lograron mover el enorme hueso fuera del campo de maíz. Todos celebraron como si hubieran ganado una carrera.
—¡Lo logramos! —gritó Max emocionado mientras movía su cola felizmente.
Pero justo cuando pensaban que todo había terminado, algo increíble sucedió: ¡el hueso comenzó a brillar! Todos los animales retrocedieron asombrados mientras el brillo iluminaba todo el campo.
De repente, apareció un pequeño holograma del T-Rex haciendo piruetas en el aire y diciendo:
—¡Gracias por encontrar mi hueso! Ahora puedo volver a jugar con vosotros.
Todos los animales comenzaron a reírse y bailar al ver al T-Rex haciendo trucos divertidos en el cielo. Max no podía dejar de ladrar de alegría; había hecho nuevos amigos y vivido una aventura inolvidable.
Al final del día, cuando finalmente encontró el camino de regreso junto con sus nuevos amigos animales, Max sabía que nunca olvidaría su emocionante día en el campo de maíz ni al divertido T-Rex bailarín.
Y colorín colorado, este cuento lleno de aventuras y risas se ha acabado.
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