
Había una vez, en un parque gigantesco lleno de colores brillantes, un grupo de amigos que decidieron jugar al Juego del Calamar, pero no era un juego como los de los adultos, este se llamaba el Juego del Mejillón, y era un juego lleno de risas, saltos y, sobre todo, mucha diversión, ya que el jurado estaba compuesto por unos pequeños elefantes sentados de público en una grada.
En el primer reto, los niños tenían que jugar a La luz verde, luz roja. La regla era simple: cuando la «luz roja» sonaba, ¡todos tenían que quedarse quietos!. Pero cuando sonaba «luz verde», podían correr tan rápido como un conejo hacia la meta. Uno de los amigos, llamado Juanito, era muy rápido, pero también muy travieso. Cada vez que escuchaba «luz roja», hacía caras raras y movía todo el cuerpo para hacer reír a sus amigos y despistarlos. ¡Y todos se reían tanto que olvidaban quedarse quietos!. A pesar de las risas, Juanito siempre llegaba a la meta con una gran sonrisa como ganador.
Luego vino el reto de La Cuerda. Los niños tenían que saltar una cuerda gigante que giraba cada vez más rápido. ¡Parece fácil, pero no lo era!. La cuerda parecía un dragón gigante que quería atrapar a los niños. Martina, que era muy ágil, logró saltar sin que la cuerda la tocara ni una sola vez. Pero, al final, la cuerda se enredó en los zapatos de Paco, quien se dio un tremendo trompazo, pero terminó riéndose como si fuera parte del show. «¡Vaya lechugazo me he dado, voy a intentarlo de nuevo!», gritó sonriendo, mientras todos aplaudían su valentía.
El último reto era el más esperado: el Juego del Mejillón. Los niños debían pintar con tizas un mejillón gigante en el suelo y luego seguir un recorrido por el mejillón sin caerse ni tropezar. Todos los niños tenían que hacer malabares con pelotas de colores mientras seguían las líneas del mejillón, aquello estaba lleno de curvas y giros locos a cada paso.
Al final, todos llegaron a la meta, con el corazón latiendo fuerte y con grandes carcajadas. Nadie perdió, porque en este juego, ¡lo importante era divertirse y ayudar a los demás jugando en equipo!. Al final, salió en medio del escenario un pequeño elefantito vestido con traje y una corbata roja, mientras caía del techo un trofeo gigante decía: «Los amigos valientes han superado el Juego del Mejillón, aquí tenéis vuestro premio». Todos lo celebraron con una gran fiesta llena confetis, pasteles de colores, risas y mucha música.
Desde ese día, todos los amigos sabían que, aunque algunos juegos eran difíciles, lo más importante era disfrutar juntos, reírse sin parar y ser siempre valientes, como lo hicieron en el Juego del Mejillón.
Y colorín colorado, así siempre recordaremos que ser valiente no significa no tener miedo, sino seguir adelante incluso cuando las cosas no salen tan bien como esperábamos. Si nos ayudamos entre todos y nos reiremos de las pequeñas caídas dejándolas atrás… ¡la vida será mucho más divertida!.
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