
Había una vez, un maravilloso día soleado y brillante en un lugar muy, pero que muy lejano llamado el Bosque Mágico. Todos los animales estaban emocionados porque se acercaba el Gran Carnaval del Bosque. Este no era un carnaval común, ¡era el Carnaval de los animales más divertidos del planeta!. Los árboles estaban decorados con guirnaldas de colores y las flores brillaban tanto como las luces que ponen por las calles en Navidad. Todos los animales ya estaban pensando en sus disfraces, ¿Quién ganaría el concurso del mejor disfraz este año?.
Pepito, un pequeño conejo travieso, estaba muy nervioso. “¿Qué me pondré para el carnaval?”, pensaba mientras saltaba de un lado a otro. Sus amigos, Lulú la ardilla y Tomás el zorro, ya habían decidido. Lulú llevaría un traje de bailarina de flamenco y Tomás se vestiría de pirata, con un gran sombrero, una espada de madera y un parche en el ojo.
“¡Este año voy a ser el rey de la fiesta!”, decía Pepito, pero el problema era que no tenía idea de qué disfrazarse. Pensó en vestirse de león, pero su mamá le dijo que no podía porque no quería que los demás animales tuvieran miedo de él. Luego pensó en ser un pájaro, pero no sabía volar.
Finalmente, Pepito tuvo una idea genial. ¡Se disfrazaría de su personaje favorito, un payaso de circo!. Pero no de cualquier payaso, sino uno súper gracioso y divertido. Se pintó la cara con colores brillantes, se puso una peluca enorme de colores, una nariz roja gigante y unos grandes zapatos de su papá. ¡Era el payaso más llamativo y juguetón de todo del bosque!.
El día del carnaval llegó, y Pepito estaba listo para impresionar a todos. Cuando entró a la fiesta, todos los animales lo miraron sorprendidos y comenzaron a reírse. ¡Su nariz era tan grande que casi no podía caminar derecho!. Pero Pepito no se sintió mal, al contrario, ¡se divirtió muchísimo, pues era la alegría de la fiesta y todos querían bailar con él!.
Los animales del bosque se unieron a él, y juntos comenzaron a hacer trucos y juegos por cada rincón. El elefante trompeteó su trompa como una trompeta, la tortuga bailó más rápido que nunca, hasta hacía break dance con su caparazón dando vueltas y vueltas como una peonza, mientras un oso comenzó a hacer piruetas a modo de batalla con él, y hasta ¡empezó a rapear!. ¡El carnaval estaba llenó de risas y alegría!.
Al final del día, Pepito se dio cuenta de algo muy importante. No tenía que ser el más bonito o el más original para divertirse. Lo que realmente importaba era ser uno mismo y disfrutar del momento.
Y colorín colorado, así terminó el Carnaval de los animales más divertidos del planeta, con todos bailando, riendo y siendo felices en este divertido día, sin importar lo que llevaban puesto. ¡Porque ser tú mismo es siempre lo mejor que puedes hacer!.
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