El cuento sin fin

Había una vez un pueblo donde vivía un niño llamado Izan, que amaba tanto los cuentos que siempre pedía:
—¡Otro, otro, otro más!

Un día, su abuela le regaló un libro muy gordo, tan gordo que parecía una almohada gigante como las que hay en los hoteles. El título era: “El cuento sin fin”. Izan abrió la primera página, y de pronto… ¡PUM! El libro empezó a hablar.
—¡Hola, lector! Prepárate para la aventura más larga del universo.

Izan emocionado gritó:
—¡Genial, me encantan las aventuras!

Pero al pasar la página, en lugar de seguir la historia… ¡la misma página aparecía otra vez! Y otra vez. Y otra vez. Era como comer un espagueti que nunca se acaba.

—¡Qué raro! —dijo Izan.

De repente, los personajes del cuento empezaron a quejarse:

  • El caballero suspiraba: “¡Llevo trescientas páginas saludando con mi espada!”
  • El dragón bostezaba: “He rugido tantas veces que me duele ya la garganta…”
  • Y la princesa gritaba: “¡Auxilio! ¡Estoy cansada de gritar ‘auxilio’!”

Izan pensó:
—Si esta historia no termina nunca, ¡me quedaré aquí atrapado para siempre, con las cosas que tengo que hacer hoy!

Entonces ideó un plan muy gracioso:

  • Le puso ruedas a la armadura del caballero para que pudiera moverse rápido como un monopatín.
  • Le dio caramelos de miel y eucalipto al dragón para suavizar su garganta.
  • Y a la princesa le dio una llave inglesa para que se enseñara a rescatarse sola.

De pronto, al dragón le entró hipo por comer tantos caramelos de miel, y cada vez que trataba de rugir, le salía:
—¡Rug… HIP! ¡Miaau… HIP!
El caballero rodaba de risa, dando vueltas y más vueltas sin control, como una peonza loca, mientras la princesa, que ya había agotado todas las ayudas posibles… por fin, se había enseñado con su llave inglesa a arreglar cualquier tipo de desastre en el reino, pero de pronto… se quedó parada mirando al dragón y comenzó a imitarlo:
—¡Miauuuh… HIP! ¡Miaumiauuuhhh… HIP!
Izan no podía parar de reír; parecía que, en vez de estar leyendo un cuento, ¡estaban participando en un concurso de hipo internacional más absurdo del mundo!

¡Pero eso no fue todo! La pluma mágica que había en el lateral del libro decidió que quería hacer travesuras y empezó a dibujar cosas locas en el aire:
—¡Un elefante que baila salsa!
—¡Un pingüino con sombrero de mago!
—¡Una jirafa que canta ópera mientras hace malabares con tomates!

Izan y los personajes gritaban de risa mientras trataban de esquivar las cosas que aparecían de la nada. El dragón intentó cantar con la jirafa, el caballero rodaba sobre tartas que volaban por los aires, y la princesa se balanceaba encima de un elefante que hacía piruetas.

Para colmo, el caballero con ruedas iba tan rápido que no sabía frenar y ¡ZAAAAAS! Se chocó contra una montaña de tartas de la fiesta final. Salió rodando cubierto de nata y fresas, y gritó:
—¡Soy el Caballero Merengoso, asuuuuuca’!
El dragón se lo quiso comer pensando que era un pastel gigante, pues con tanto caramelo se le había abierto el apetito… De repente, antes de que sucediera el festín medieval, la princesa levantó su llave inglesa del número 38 y se puso delante del dragón aclarando:
—¡Quieto, glotón, que ese pastel anda y habla, no es comestible!

El libro se puso nervioso y protestó de leer tanto caos en sus hojas:
—¡Eh, no puedes cambiarme la historia!
—Claro que sí —respondió Izan—, porque toda historia necesita un final.

Izan, con un gran rotulador mágico, escribió la última frase en la última página:

“Y todos vivieron felices… ¡y por fin descansaron tranquilos y sin deslices!”.

El libro suspiró de alivio, los personajes celebraron con una fiesta de tartas y música, el elefante bailó su última salsa del día antes de caer rendido con las cuatro patas para arriba, la jirafa cantó su última ópera y el pingüino se quitó el sombrero de mago, de cual sacó una sardina que echó a volar, si como hacen los magos con las palomas, pero en versión Polo Norte.

Así, que tras tantas aventuras, Izan volvió a su casa con una gran sonrisa, sabiendo que incluso la historia más loca puede tener un final bonito.

Y colorín colorado: por más enredos que haya en el camino, con imaginación, alegría y un toque de pluma mágica, todo puede terminar bien… ¡y cada aventura será un viaje saltarín, divertido y lleno de risas sin fin!

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