El cuento más bonito del mundo

Había una vez un pueblecito diminuto llamado Sonrisalandia. No era un pueblo cualquiera, porque allí todo se resolvía con carcajadas: si alguien discutía, se hacía cosquillas hasta que se olvidaba del problema; si alguien se aburría, los vecinos organizaban un concurso de chistes.

En ese lugar vivía un niño llamado Leo, que tenía una imaginación más grande que una jirafa subida en un trampolín de una piscina olímpica. Leo adoraba leer cuentos, pero un día se preguntó algo importantísimo:

—¿Cuál será el cuento más bonito del mundo?.

Se lo preguntó primero a su perro, Bigotes, que en vez de responder se tiró panza arriba pidiendo caricias. Después se lo preguntó a su abuela, que le contestó:

—El más bonito es el que te hace reír y soñar al mismo tiempo.

Pero Leo no quedó del todo convencido. Así que decidió salir a buscarlo él mismo.

Con su mochila de explorador (que en realidad era una bolsa de pan con un agujero en la esquina derecha), Leo fue hacia el horizonte en busca de respuestas. En el camino se encontró con Doña Gallina Pompón, una gallina muy elegante que usaba sombrero de plumas… de sí misma.

—Doña Pompón, ¿usted sabe cuál es el cuento más bonito del mundo? —preguntó Leo.

La gallina infló el pecho y contestó:

—¡Cloc-cloc! El más bonito es aquel en el que las gallinas saben bailar ballet. ¿Quieres verlo?.

Y sin esperar respuesta, se puso a dar saltitos y piruetas tan torpes que Leo se cayó al suelo de la risa. Pero luego pensó: quizás ese cuento sería bonito para las gallinas, pero no para todos.

Así que siguió caminando.

Más adelante se topó con un gigante… ¡estornudando!.

—¡Aaaachís! —tronó la montaña, mientras se caían rodando algunas grandes rocas por la ladera.

—¡Salud! —dijo Leo temblando un poquito.

El gigante con un pañuelo del tamaño de una carpa de circo, suspiró:

—Estoy triste porque nadie quiere escuchar mis cuentos. Siempre los cuento con voz de trueno y todos salen corriendo.

—¿Me cuentas uno a mí? —preguntó Leo.

El gigante sonrió (con unos dientes como ladrillos y bien amarillos) y narró una historia sobre un dragón que quería ser peluquero. Era tan graciosa que hasta Bigotes, el perro, aullaba de la risa que daba.

—Está muy bonito —dijo Leo—, pero todavía no es el más bonito del mundo.

El gigante no se enfadó. Le regaló un pañuelo limpio gigante (que Leo usó como capa) y le deseó suerte.

El niño llegó a un agujero en un árbol, y allí vivían los Ratones Bibliotecarios, los seres más lectores de Sonrisalandia.

—El cuento más bonito del mundo —dijo el ratón jefe con unas gafas tan grandes que le tapaban la cara— es el que enseña a compartir el queso.

Entonces todos comenzaron a leer un cuento en miniatura: “El queso que quería ser pizza”. Era tan sabroso que a Leo le dio hambre.

—Gracias, amigos, pero aún sigo buscando.

Ya estaba oscureciendo cuando Leo entró al Bosque de los Cuentos, un lugar mágico donde los árboles susurraban historias y las luciérnagas brillaban como palabras encendidas en cada noche. Allí se encontró con una niña de trenzas violetas que parecía estar esperándolo.

—Hola —dijo ella—. Me llamo Lila, y yo también estoy buscando el cuento más bonito del mundo.

Leo sonrió, porque ya no estaba solo.

Ambos comenzaron a inventar un cuento juntos: un unicornio que tenía miedo de brillar demasiado, una tortuga que corría tan rápido que ganaba medallas de oro, y un astronauta que se olvidaba siempre de su casco y terminaba con estrellas enredadas en el pelo.

Cada vez que uno inventaba algo, el otro lo hacía aún más gracioso. Rieron tanto que hasta los búhos bostezaron de cansancio.

Al terminar, Leo se dio cuenta de algo importantísimo:

—¡Lila! Creo que lo encontramos.

—¿Dónde? —preguntó ella mirando alrededor.

—Aquí mismo. El cuento más bonito del mundo no es uno que ya exista… ¡es el que inventamos juntos!.

En ese instante, el bosque entero aplaudió: los árboles chocaban ramas, los grillos hicieron música y el viento sopló como si dijera “¡Bravíiiiisimo!”.

Leo y Lila se abrazaron tan contentos por haber conseguido encontrar el cuento más bonito del mundo, siempre había estado dentro de ellos. Bigotes, el perro, ladró tan fuerte que parecía anunciar: ‘¡Y colorín colorado, este cuento se ha terminado!’.

De regreso al pueblo, Leo contó su aventura. Doña Gallina Pompón organizó un baile de celebración (con un tutú amarillo fosforito incluido), el gigante les narró historias con voz bajita para que todos pudieran quedarse a escuchar, y los ratones compartieron queso para todos.

Sonrisalandia nunca había tenido un festival tan divertido, lleno de cuentos, risas y amistad. Y desde entonces, cada niño y niña inventaba su propio “cuento más bonito del mundo”, porque habían aprendido que cada uno puede crear magia con su imaginación.

Y colorín colorado, así descubrimos el secreto de que el cuento más bonito del mundo no es siempre el que lees, sino el que compartes, inventas y disfrutas con los demás. Porque las palabras con risas y amistad son magia sin igual, y con la imaginación, todo cuento es… el más bonito y especial.

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