El coche fantástico plateado de papá

Había una vez, en un pequeño pueblo, un garaje lleno de herramientas y recuerdos viejos. Entre ellos, había un coche antiguo, un viejo modelo gris que papá siempre había cuidado con mucho cariño. A veces, el niño llamado Manuel se sentaba frente al coche y soñaba con aventuras. No sabía que ese coche, aunque parecía muy normal, guardaba un gran secreto.

Una tarde, mientras Manuel estaba jugando con su pelota, apareció una chispa de luz en el garaje. El coche antiguo comenzó a temblar. ¡Vibraba como si estuviera intentando despegar!.

—¡Hola, Manuel!. Soy el Coche Mágico, y te invitamos a una gran aventura, ¿te apuntas?. Tengo propulsores mágicos que me permiten viajar a lugares asombrosos. ¡Podemos ir a la luna, o al fondo del mar!.

Manuel no lo pensó ni un segundo. Se subió al coche, y en un abrir y cerrar de ojos, ¡salieron disparados hacia el cielo!. Los propulsores del coche brillaron y comenzaron a hacer whooosh mientras salían chispas de las ruedas.

—¡Vamos a ha hacer un torbellino entre esas nubes, agárrate!. El coche hizo un giro espectacular, y antes de que Manuel pudiera parpadear, aterrizó suavemente sobre la superficie Luna.

El niño sacó su vieja polaroid que había heredado de su madre, y se puso hacer fotos muy emocionado. Además, en el asiento de atrás había un pequeño traje de astronauta con bombona de oxígeno y todo, que no dudó en ponerse para dar un pequeño paseo flotante por la Luna.

Manuel con su traje de astronauta puesto, dio un saltito y de repente flotó hacia arriba, como si estuviera en un trampolín gigante. Se reía mientras seguía echando fotos a hacia todos los lados.

—¡Mira, coche!. ¡Estoy volando como un periquito lunar! —gritó Manuel.

El coche mágico, que ahora estaba flotando boca abajo encendió sus luces intermitentemente como si estuviese riéndose.

De pronto, Manuel, sin pensarlo, corrió hacia una cueva en la que brillaban pequeñas piedras luminosas. Dentro de la cueva, encontraron una puerta misteriosa con símbolos extraños. ¡Pero dentro había algo sorprendente!. Un pequeño dragón lunar, de escamas plateadas, que había estado atrapado allí por millones de años.

El dragón, que parecía muy triste, le pidió ayuda al niño, pues estaba atrapado con una cuerda gigante y no podía moverse.

—¡Gracias por liberarme! Soy el dragón Lunático, hace miles de años que no he podido volar, espero que no se me haya olvidado. ¡Gracias por ayudarme!

Manuel, encantado de haber hecho un nuevo amigo vio como el dragón no se alejaba mucho en la lejanía del espacio, ya que flotaba de un lado a otro cada vez que intentaba impulsarse con sus enormes alas.

—¡Vamos, coche! ¡A la señal de tres, ayudamos a impulsar al dragón!.

Y con un rugido de sus propulsores, el coche llevó a Manuel y al dragón por el espacio, atravesando galaxias llenas de colores brillantes y estrellas fugaces y dejando en su guarida a aquel maravilloso dragón.

—¡Ohhhh, es un avión, noooo, es un submarino, noooo… es papá!, dijo un mini dragoncito rojo que se asomó por la caverna.
– ¡Por fin vuelvo a casa, estaba atrapado y mis nuevos amigos me han salvado!. Espero que tengáis buen viaje de regreso a vuestro planeta, y ojalá algún día nos volvamos a ver.
—¡Lo prometo!. ¡Nos veremos pronto dragón Lunático!, dijo Manuel muy feliz de ver a la familia reunida de nuevo.
De pronto, un chispazo gigantesco rodeó al coche y Manuel cerró los ojos fuerte del susto, y todo comenzó a dar vueltas muy rápido.
Mientras el coche volvía a su estado normal, el niño corrió por las escaleras del garaje de su casa y se preparó para contarle a papá todo lo que había vivido.

Y colorín colorado, desde ese día, cada vez que Manuel entraba al garaje, no podía evitar mirar al coche con la esperanza de que otra gran chispa mágica lo llevara a vivir más aventuras increíbles, y quien sabe si esta vez ayudaría a una ballena atrapada en Júpiter.

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