El circo secreto del mar

Había una vez un niño llamado David y su mamá, que vivían cerca de una calita escondida en una playa, y esa era su favorita y la más bonita. Un día, con el sol brillando en lo alto, decidieron madrugar, ponerse las gafas y los tubos de snorkel para explorar el mar y aprovechar el buen día que hacía.

—¿Listo, explorador? —preguntó mamá.
—¡Listísimo, capitana pirataaa! —respondió David haciendo un saludo marinero y poniendo voz de loro: “¡Argggg, cucurucuuu, bluuub al abordajeeeee!”.

Una vez plantada la silla en su sitio favorito, se pusieron los escarpines y…
¡Flap! ¡Flap! ¡Flap! 
y entraron al agua:
¡Splaaaashhhh-kaploooosh-patatapluf!.

Dentro del mar todo sonaba distinto. David probó el snorkel:
Brruuuuuuuuuuuuub… ¡glu-glu-glu!.
y mamá también:
Fuuuushhh, glu-glu-glu-glu!.
Los dos empezaron a reírse tanto que las burbujas subían y les salían ¡hasta por las orejas y el ombligo!: blop-blap-blop-blup-blooohp-pliiiiiiip, mientras se recolocaban los tubos por tanto ajetreo «risero», y se volvieron a sumergir haciendo sus señales de seguridad.

De pronto… ¡apareció un banco gigante de peces de colores!. Había peces amarillos chillones que hacían pi-pi-pi-pi-piiiiiiiiiiiiiiiii, peces azules que se movían shuuuuuuuuuuuuush como un avión supersónico, y un pez rojo gordito que hacía pof-pof-pof-pof y daba vueltas como una lavadora loca. Mamá grababa todo con su cámara acuática, mientras David intentaba girar más rápido que aquel pez… y terminó bastante mareado: ¡glu-glu-bluuurp-oooops! ¡Parece el Rayo McQueen del océano!.

Al rato, el niño descubrió que los peces ¡formaban palabras con sus colas!.
Primero escribieron: HOLA.
Luego: ¿JUGÁIS?

—¡Mamá, mamá! ¡Los peces hablan, están haciendo formas y crean palabras! —gritó David sacando la cabeza mientras se quitaba el tubo.
—Pues habrá que contestarles, ¡vamos a allá!—rió mamá.

Se zambulleron otra vez y empezaron a mover sus posaderas como si fueran peces gigantes.
¡Blub-blub-bluuuurugruuuuub! (que en idioma pez quería decir: “¡Sí, jugamos, pero rápido, que nos pica el bañador!”).

Entonces empezó el show submarino:

  • Los peces amarillos pasaban zumbando delante: ¡Fiuuuuuuuuuuum-chiiiinnng!. Parecían coches de Fórmula 1 a toda pastilla.

  • Los azules daban vueltas tan rápidas que parecían aspiradoras locas: ¡Brrrrrrrrrrruuuuuum-vrrrrrruuuup!. Algunos hasta hacían siete loopings seguidos.

  • Y el gordito rojo lanzaba cosquillas burbujeantes en las piernas de David: ¡Pop-pop-pop-pop-paaap!.

David lloraba de la risa.
—¡Jajajajajajajaja! ¡Esto es el circo de payasos del mar, que divertido!.

Un pez naranja larguirucho se puso un alga en la cabeza como peluca de payaso y bailó: “Tiki-taka-tiki-taka-boooing-boooing”.
David se colocó otra como bigote y con voz grave gritó:
—“¡Soy el pez mostachón, el más bailongo del océanoónónón uuuoohhh oohhh!”
(pero claro, con el tubo solo se escuchó: ¡Blrrruufhh-brrrffhfuuuufhfffhh!).

Mamá se rió tanto que sus gafas salieron disparadas como cohetes: ¡Fuuuuuum-kaplooooof! y por la nariz le salió un géiser de agua: ¡Buaaaahh jajajajajaja prrrrrruuuuu-gluuuuubbb!.

Después llegó un pez globo que se inflaba como balón: ¡Ploooof! ¡Ploooof! ¡Ploooooooffff-boooom!.
David lo imitó inflando los mofletes hasta parecer un hámster atragantado con seis croquetas. Los peces, muertos de la risa, lo empujaban de un lado a otro como si fuera el balón oficial de la Liga Submarina: ¡Bum-bum-bum-paaam-ploooooof!.

Y cuando parecía que no podía ser aquel momento más loco… ¡entraron los cangrejos!. Una tropa entera marchaba seria: “Clac-clac-clac, clac-clac-clac”.
David y mamá los imitaron, caminando de lado como dos robots recién levantados… hasta que David se enredó en las piernas de su madre y ambos empezaron a girar como peonzas chifladas:
¡Zuuuuuuuum-zas-plafffff-plofffff-mega-cataploooooooofffff-glu-glu-pooooingggg!.

Se rieron tanto que los peces casi se caían de la risa (si es que un pez puede caerse). Algunos hasta se daban palmadas en la barriga con sus aletas: ¡plaf-plaf-plaf-blop-blop-jajajajajajajaja!

Al final, todos los peces se juntaron en un arcoíris viviente y empezaron a mover sus colas luminosas como si fueran rotuladores mágicos.
Querían escribir algo bonito, pero lo que salió fue: SAICARG.

Mamá y David se miraron con los ojos como platos de calamar y se hicieron señas bajo el agua: 
—“¿Qué es eso? ¿Un conjuro de peces magos? ¿Una receta de sopa marina? ¿O la contraseña del wifi submarino?”

David lo miró un ratito más y de repente explotó en carcajadas con burbujas que le salían por la nariz:
¡Blop-blop-blop-jajajajajaja! ¡Han escrito como si fueran peces marcianos del planeta Glu-glu!.

Mamá, doblada de la risa, casi pierde, por tercera vez, las gafas.

Los peces, al darse cuenta del error, se miraron entre ellos, se hicieron muecas y también se partieron de risa: blup-blup-blup-jijijijijiji.
Entonces, nadaron de un lado a otro rapidísimo, se recolocaron como un puzzle de purpurina viviente y por fin dejaron escrito, esta vez bien clarito y brillante: GRACIAS.

Mamá y David salieron del agua alucinando:
Splaaaashhh, glu-glu, fuuushhhh, flop-flop-flop-bloooop, buaaalaaa, ¿has visto eso?!
y se tumbaron en la arena riéndose tanto que hasta las gaviotas se acercaron a mirarles raro: “¡Cuaaa-cuaaa-qué les pasa a estos dos!”.

Se tumbaron en la arena, muy cansados pero felices del espectáculo que acababan de vivir y del recuerdo que acababan de crear.

Y colorín colorado, la verdadera magia está en cuidar y respetar la naturaleza. Si tratamos bien al mar y a los animales, ellos nos regalan momentos alucinantes, alguna que otra risa asegurada y aventuras inolvidables.

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