
Era un soleado día de carnaval en el pequeño pueblo de Santa Alegría. Tres amigos, Lucas, Sofía y Diego, estaban muy emocionados porque por fin iba a comenzar el esperado desfile de Carnaval. Todo el pueblo se llenaba de música, risas y brillantes colores, y los tres no podían esperar para salir a las calles a disfrutar de la fiesta. Lucas, con su gran energía, gritó: “¡Este será el mejor desfile de todos!”. Mientras Sofía saltaba de felicidad y Diego reía tranquilo, sabiendo que algo genial iba a pasar.
Lucas, que siempre tenía ideas muy divertidas, dijo: “¡Vamos a ser los más divertidos del desfile!. ¡Quiero ser un superhéroe gigante!”. Sofía, que amaba los animales, pensó en algo mejor: “Yo voy a ser un león gigante con una melena de colores, ¡y que ruja mucho!”. Diego, el más tranquilo de todos, sugirió: “Yo será un mago que lanza confites y caramelos mágicos, ¡y haré que caigan desde el cielo!”. Y así, cada uno comenzó a preparar su disfraz con mucha emoción, riendo y compartiendo ideas sobre cómo hacer que su entrada fuera inolvidable para todos los vecinos.
El gran día llegó y el desfile comenzó. Primero desfilaron las carrozas llenas de flores, confeti y gusanitos, luego aparecieron los bailarines con disfraces de mariposas y dragones, ¡y las banderas y globos gigantes volaban por el aire!. Lucas, vestido como un superhéroe gigante con capa roja chillona, comenzaba a saltar tan alto que casi tocaba las nubes. Cada vez que saltaba, ¡lanzaba polvo de estrellas por el aire!, que en realidad eran tarros y tarros de purpurina de estrellitas que su mamá le había comprado de la papelería. Las estrellas brillaban tanto que hasta los animales del bosque más lejano del pueblo se acercaron a mirar lo que allí ocurría, todos aplaudieron sorprendidos y la música sonaba a “toda pastilla”. Sofía, con su melena de león llena de colores brillantes, rugía tan fuerte que parecía un trueno, ¡y hasta los pájaros se asustaban y volaban en círculos sobre ella, parecía la reina de los animales!. Diego, el mago, no paraba de lanzar caramelos mágicos que caían del cielo como una lluvia de colores. Los niños corrían de un lado a otro, gritando de felicidad, mientras reconocían las golosinas que aparecían de la nada, eso sí, alguno que otro terminó con un chichón con tanto caramelo en la cabeza.
Pero, en medio de tanta diversión, ocurrió algo inesperado. La carroza de los payasos, que estaba muy cerca, empezó a desmoronarse porque una de las ruedas se pinchó. Los payasos, con sus caras de sorpresa y algo de tristeza, no sabían qué hacer y estaban muy preocupados, ya que no podían seguir desfilando.
Entonces, los tres amigos decidieron ayudar. Lucas, el superhéroe, usó su capa mágica roja chillona para sujetar las rueda rota y detener la carroza. Sofía, con su melena de león llena de magia, empujó con toda su bestial fuerza, mientras Diego, el mago, lanzó una “poción mágica ostuluscopulussshhh” (que en realidad era una botella de agua con gas que le había cogido a su abuelita) para hacer que todo brillara y resplandeciera. ¡En pocos minutos, la carroza estaba lista y más brillante que nunca!. Los payasos, agradecidos, saltaron de alegría y continuaron su desfile, ¡mientras todos aplaudían y la música sonaba!.
Después de todo el trabajo en equipo, los tres amigos continuaron desfilando, y mientras avanzaban, se dieron cuenta de algo muy importante. La verdadera magia del carnaval no era solo el brillo de los disfraces, los saltos o los caramelos voladores, sino la amistad y el trabajo en equipo para solucionar los problemas.
Y colorín colorado, desde ese día, Lucas, Sofía y Diego sabían que, sin importar qué tan grandes o pequeñas fueran sus aventuras, siempre podrían contar el uno con el otro para hacerlas y pasarlo super bien.
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