
Había una vez, en un bosque lleno de luciérnagas que brillaban como estrellas y árboles que murmuraban canciones al viento, existía un pajarito azul llamado Lumo. Lumo era alegre, cantaba todas las mañanas y tenía muchos amigos.
Pero un día, llegó al bosque un mapache llamado Rodo, que parecía simpático al principio, pero pronto empezó a portarse mal: escondía la comida de los demás, decía mentiras o se burlaba de los más pequeños, y nunca pedía perdón.
Cuando los animales le respondían que esas cosas les molestaban, Rodo siempre decía:
—“¡Bah, yo soy así! Experimento mi vida así”.
El búho anciano intentó hablar con él, pero Rodo volvía a repetir:
—“¡No es mi culpa, yo soy así!”.
Los animales del bosque comenzaron a sentirse tristes y confundidos. Algunos pensaban: “Tal vez debamos aguantarlo, porque dice que no puede cambiar”.
Pero Lumo, que era pequeño pero muy sabio, decidió buscar respuestas. Voló hasta el Árbol de los Cristales, un árbol mágico que mostraba la verdad en sus ramas brillantes.
—“Querido árbol —dijo Lumo—, ¿cómo hacemos para olvidar a alguien que se porta mal con nosotros, y encima se excusa detrás de esas palabras?”.
El árbol brilló con luz dorada y respondió con voz suave:
—“Recordando que cada uno elige cómo actuar. Rodo dice ‘soy así’ para disfrazar su falta de valores, pero eso no significa que vosotros debáis aceptar su comportamiento. Olvidar no es borrar, es dejar de cargar con lo que no les pertenece”.
Lumo volvió al bosque y les contó a todos lo que había aprendido. Los animales entendieron que no podían cambiar a Rodo, pero sí podían decidir no dejar que su mal comportamiento arruinara sus días.
Y entonces pasó algo todavía más divertido: la próxima vez que Rodo intentó esconder las bellotas… ¡los árboles comenzaron a temblar de risa!. Cada rama sacudía las bellotas hacia afuera como si fueran palomitas saltarinas. Una lluvia de nueces cayó encima de Rodo, y al moverse quedó cubierto de pies a cabeza, como si llevara un disfraz de mapache-croqueta. Los animales rodaban por el suelo de la risa y cantaban:
—“¡Ahí viene Croqueta-Rodo, con doble rebozado de ‘soy así’!”.
Otro día, Rodo quiso burlarse del conejo pintándole las orejas de azul, pero el viento sopló tan fuerte que ¡las orejas se convirtieron en molinillos!. El conejo corría feliz gritando: “¡Soy conejo turboeléctricooo, wwwoooww!”, mientras todos lo aplaudían. Lo que debía ser una burla terminó en una fiesta de carcajadas.
Un amanecer, Lumo organizó un concurso: “¡Excusas locas, excusas divertidas!”. El erizo dijo: “Yo no lavo mis dientes, ¡porque se me pinchan los cepillos!”. El zorro dijo: “No puedo correr rápido… porque mis patas hacen huelga los lunes.” Hasta la tortuga participó: “Yo no llego tarde, el tiempo me persigue despacito.” Todos rieron tanto que, cuando Rodo intentó decir otra vez: “Yo soy así”, nadie se enojó: simplemente lo aplaudieron como si contara un chiste y lo dejaron con sus tramposas excusas disfrazadas de palabras bonitas… que ya no engañaban a nadie.
Así, cada vez que Rodo decía “yo soy así”, los animales respondían riendo:
—“¡Pues nosotros no experimentamos nuestra vida así, porque cada día mejoramos cosas para no ser así!”.
De tanto ver que ya nadie se entristecía, ni se dejaba engañar por sus excusas, Rodo se quedó sin público para sus travesuras… y tuvo que empezar a reflexionar y empezar a descubrir algo nuevo que desconocía: la línea que hay entre el bien y el mal.
Y colorín colorado, así los animales del bosque aprendieron a que cuando alguien se porta mal y se justifica con excusas, recuerda: no eres responsable de sus malos actos, porque cada uno elige cómo hacer su camino. Tú puedes elegir el tuyo: el de jugar, reír, y experimentar la vida haciendo el bien, porque eso te dará paz y te hará mucho más… feliz.
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