Había una vez, en un pequeño pueblo, un niño llamado Pepe, pero todo el mundo le decía Caperuchito Rojo porque siempre llevaba puesta una sudadera con capucha roja muy molona, que su abuela le había hecho. ¡Era tan brillante que se veía desde el otro lado del mundo!.

Un día, Caperuchito Rojo decidió ir al bosque a visitar a su abuela, pero no iba a ser un paseo cualquiera, ¡no señor!. Tenía planeado hacer algo divertidísimo. Caminando por el bosque, de repente, se encontró con un lobo aterrador. Pero este no era un lobo cualquiera, al girarseeeeeeee… ¡era un lobo con gafas y una mochila!.

—¡Hola, Caperuchito! —dijo el lobo con voz profunda, pero un poquito nerviosa—. ¿Sabes qué? ¡Me he perdido!. Estoy buscando mi fiesta de cumpleaños, pero parece que nadie sabe dónde es.

Caperuchito Rojo, que era muy majo, pensó que sí ayudaría al lobo. Entonces, sacó de su mochila unas galletas gigantes y dijo:

—¡No te preocupes, lobo!. Yo te ayudo, pero antes de seguir, ¡a comer estas galletas se ha dicho para hacer bien el camino!.

El lobo, que no había comido nada en todo el día, devoró las galletas en un abrir y cerrar de ojos. Pero como se las comió tan rápido, ¡se le empezó a hacer un lío en el estómago! De repente, comenzó a hacer ruidos extraños: ¡gruuuungrrrr!, ¡bloooop, blooop!.

Caperuchito, sin perder la calma, comenzó a cantar:

—¡El lobo tiene dolor de baaaaarriga! ¡El lobo tiene dooooolor de barriga! ¡Que alguien le traiga más galletas y un poco de más deeeeeee agüitaaaaa!.

Y, mientras cantaba, el lobo empezó a reírse tanto que casi se le olvida que tenía un estómago como el de un pingüino deslizándose a toda pastilla por la ladera de un iceberg. Encontes, cuando ya estuvo tranquilo, Caperuchito Rojo, el lobo y su nuevo amigo, un conejo que apareció saltando corriendo del susto y el alboroto, se dieron cuenta de que la fiesta de cumpleaños ¡era en casa de la abuela de Caperuchito!. Corrieron rápido y entraron.

—¡Venga, a bailar! —gritó Caperuchito, y todos comenzaron a hacer una fiesta improvisada con globos, música de «la cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar…», ¡y hasta una piñata llena de zanahorias y magdalenas rellenas de mermelada de fresa!.

Al final, la abuela de Caperuchito Rojo apareció y dijo:
—¡Aaaaaay, qué fiesta tan loca!. ¿Sabéis dónde hay más refresco de naranja? ¡Vamos a mover la cadera chicos!.
Y así, entre risas, galletas, y un lobo que todavía hacía ruidos muy raros con los gases de su barriga; Caperuchito Rojo y sus nuevos amigos tuvieron la mejor fiesta de cumpleaños del bosque. ¡Y todo gracias a unas ricas galletas (creo que caducadas) y una divertida sudadera con capucha roja!.

Y colorín colorado, la historia del cuento así ha cambiado.

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