¡A trepar, correr y cazar cocuyos!

Había una vez, en un pequeño y alegre pueblo rodeado de verdes y naranjas campos, dos niños traviesos llamados Leo e Isabella. Cada mañana, el sol, con su gran sonrisa dorada y resplandeciente, les gritaba: «¡Buenos días, pequeños exploradores!». Y ellos, con sus sandalias más veloces y sombreros de paja que les cogían a sus abuelos, salían como cohetes corriendo hacia el campo para vivir mil y una aventuras. El aire fresco les hacía cosquillas en la cara y el cielo azul, junto a las blancas nubes, parecían un dibujo gigante lleno de sonrisas infinitas.

Un día, mientras jugaban en el campo, Leo miró hacia lo alto y gritó: «¡Vamos a subir al árbol más grande para ver qué frutas podemos conseguir, seguro que mamá se pondrá muy contenta!». Isabella, que siempre tenía energía de sobra, saltó como un conejo y gritó: «¡Sí, sí, sí, y que sean frutas gigantes!». Así que, juntos, llegaron al árbol más alto de aquel hermoso campo, donde había un roble tan grande que parecía que tocaba el cielo, y seguro que desde lo alto se podría llegar a tocar una estrella. De pronto, los niños se chocaron con un manzano, cuyas ramas estaban llenas de manzanas rojas, tan jugosas y apetitosas que parecían caramelos gigantes.

«¡La más grande es mía!», dijo Leo mientras trepaba como un gran experto. Isabella, que no se quedaba atrás, empezó a trepar detrás de él mientras iba cantando su canción favorita: «Laaa laaah naa naaaah laaaah laaaaaah…». Los niños se balanceaban de rama en rama, haciendo carreras, y al final, se llevaron las frutas más deliciosas que jamás habían probado, ¡como si fueran los premios de un concurso de escalada!.

De repente, un viento juguetón sopló y una mariposa de colores brillantes apareció. «¡Oh mira, Isabella, que bonita, es como un arcoíris volador!», exclamó Leo. Y antes de que pudieran decir «¡Mariposa!», los dos niños comenzaron a correr detrás de ella, saltando con los dos pies juntos, ¡parecían unas auténticas ranas preparadas para competir en las «Olimpiadas de Salto de Rana de 100 metros campo a través»!. Una nueva categoría que están pensando poner para el año que viene en los «Juegos Olímpicos de los Animalitos del Bosque y del Campo», pero ese es otro cuento, ¡ahora toca seguir con los niños!.

Aquello, ¡era una carrera tan loca y divertida que casi se caen al suelo de tanto reír!. La mariposa volaba de un lado a otro, pero Leo e Isabella no se daban por vencidos, corriendo a toda velocidad, aunque no la alcanzaron ni por un segundo, la mariposa arco iris ganó la carrera. Pero, al menos… ¡fue divertido intentarlo, pero mi sandalia se ha perdido en el espacio-tiempo, quizás algún extraterrestre consiga traérmela de vuelta en su nave espacial!, dijo Isabella en el suelo entre risas, mientras se metía en el pie una de las sandalias que había salido volando en el último salto y que tardó un buen rato en encontrar.

Cuando el sol comenzó a esconderse, el cielo se pintó de colores naranjas y rojos, y ya era hora de regresar a casa. Pero antes de irse, Isabella saltó de emoción: «¡Vamos a buscar cocuyos!». Los cocuyos eran unos pequeños insectos luminosos que cantaban su canción mágica por la noche. Así que, con risas y saltos, se adentraron más en el campo, buscando esos bichitos brillantes.

Leo e Isabella corrían de un lado a otro, con las luces de los cocuyos iluminando el campo a lo lejos. ¡Era como una gran fiesta de luces en la oscuridad!. Los cocuyos zumbaban de un lado a otro, y los niños, entre risas y canciones que Isabella seguía cantando, pues ella era más cantarina que los cocuyos: «Naaahh looooaaahh laaaaah naaaaah…». Los niños no paraban de perseguirlos, intentando tocarlos, pero los cocuyos siempre escapaban justo a tiempo. Con esta carrera los niños tampoco irían a las Olimpiadas del año que viene, seguro. «¡Estos bichos son los verdaderos campeones del salto y el escondite, no hay manera!», dijo Leo, ¡y los dos se partieron de risa!.

Antes de que el último rayo de sol cayera, y ya cansados, pero con la felicidad de un día lleno de mil y una aventuras, Leo e Isabella se sentaron en el pasto de delante de la casa a mirar las estrellas. «¡Este fue el mejor día de todos!», dijo Isabella con una sonrisa tan grande que casi parecía una luna llena.

Y colorín colorado, así acabó el día, mientras el campo se llenaba de paz y silencio, Leo e Isabella aprendieron algo muy valioso: que la verdadera magia está en disfrutar de los momentos más sencillos, como correr, reír, jugar con los amigos en la naturaleza, porque la mejor aventura no siempre está en lugares lejanos. ¡Está en la risa, en las pequeñas cosas y en disfrutar del momento con lo que tenemos!.

(Cuento ganador del «Sorteo en Facebook del Cuento Personalizado del 29/03/2025»)

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