Era la noche de Halloween, y en un pequeño vecindario, todos los niños estaban listos para salir a pedir dulces. Pero este año, había un nuevo vecino que no era un niño, ¡sino un robot llamado R2-Dulcededos! R2-Dulce era un robot muy especial, creado por el inventor más divertido del pueblo. Tenía luces parpadeantes, brazos mecánicos y una gran barriga que sonaba como una bolsa de chucherías.

R2-Dulcededos estaba emocionado porque quería experimentar su primer Halloween. Sin embargo, había un pequeño problema: no sabía cómo pedir chucherías. Así que decidió hacer lo que mejor sabía hacer: ¡programar!

Con su voz robótica, dijo: «¡Iniciando protocolo de recolección de dulces!» Y salió a la calle con su bolsa gigante lista para llenarse de golosinas.

Al llegar a la primera casa, tocó la puerta con su brazo mecánico. «¡Ding dong!» La señora Gómez abrió la puerta y se quedó mirando al robot con sorpresa.

—¿Qué eres tú? —preguntó la señora Gómez.

—Soy R2-Dulcededos, el robot goloso. ¡Por favor, dame chucherías! —dijo R2-Dulcededos mientras sus ojos parpadeaban como luces de Navidad.

La señora Gómez se rió y le dio un puñado de caramelos. Pero R2-Dulcededos no se detuvo ahí. Con su voz robótica, exclamó: «¡Gracias! Ahora procederé a realizar una danza de agradecimiento.»

Y comenzó a moverse de manera torpe, girando y haciendo movimientos extraños. La señora Gómez no podía parar de reírse y se unió a él en una divertida danza.

Después de bailar, R2-Dulcededos continuó su camino hacia la siguiente casa. En cada puerta que tocaba, hacía algo diferente: en casa del señor Pérez hizo una imitación de un fantasma; en casa de las hermanas López hizo sonidos de monstruo; y en casa del perro Rufus, ¡hizo ladridos robóticos!

Los niños del vecindario comenzaron a seguirlo riendo y disfrutando del espectáculo. Cada vez que R2-Dulcededos pedía chucherías, también hacía una broma o realizaba una danza ridícula. Pronto se convirtió en la estrella de Halloween.

Finalmente llegó a la última casa del vecindario: la casa del misterioso Dr. Miedo. Todos los niños temían tocar esa puerta, pero R2-Dulcededos no tenía miedo.

—¡Iniciando protocolo valiente! —dijo mientras tocaba la puerta con fuerza.

El Dr. Miedo abrió la puerta lentamente y miró al robot con curiosidad.

—¿Qué quieres? —preguntó el doctor con voz profunda.

R2-Dulcededos levantó su bolsa y dijo: «¡Chucherías por favor! Y si tienes miedo… ¡puedo hacerte reír!»

El Dr. Miedo frunció el ceño pero luego sonrió al ver al robot bailar como si estuviera descompuesto. No pudo resistirse y empezó a reírse a carcajadas.

—Está bien, está bien —dijo el Dr. Miedo entre risas—. Toma estos dulces y sigue haciendo reír a todos.

R2-Dulcededos salió triunfante con su bolsa llena hasta el borde de chucherías y todos los niños lo vitorearon: «¡R2-Dulcededos! ¡R2-Dulcededos!»

Esa noche fue inolvidable para todos en el vecindario gracias al robot goloso que les enseñó que Halloween no solo se trataba de pedir dulces, sino también de compartir risas y diversión.

Y colorín colorado, este cuento de Dulcededossss se ha acabado.

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