Había una vez un niño llamado Carlos, al que le encantaban los dinosaurios. Sabía todo sobre ellos: los nombres, los tamaños, qué comían… ¡era un verdadero experto!. Un día, sus padres le dijeron: «Carlos, hoy vamos a ir al Parque temático de Dinosaurios.» ¡Carlos no lo podía creer!. Sus ojos se abrieron tanto que casi se le cae al suelo el chupi que se estaba comiendo.

Cuando llegaron al parque, Carlos se puso tan emocionado que corrió por todo el lugar como un velociraptor. ¡El parque era gigantesco!. Había montañas rusas, exhibiciones de dinosaurios de todos los tamaños, e incluso un espectáculo de «Dino-Danza». Pero lo que más le llamó la atención fue un enorme cartel que decía: «¡Bienvenidos a la Isla de los Dinosaurios Locos DinoWorld!».

«¿Dinosaurios locos?. ¿Qué será eso?», pensó Carlos, con una gran sonrisa en la cara.

De repente, vio un grupo de dinosaurios robotizados. Eran enormes, con escamas brillantes, dientes afilados y hasta los ojos que se movían. Uno de ellos, un Tiranosaurio Rex llamado Rexy, empezó a moverse dando mucho miedo, Carlos se acercó con valentía, pero de pronto, ¡Rexy estornudó tan fuerte que lo lanzó hacia atrás y lo dejó lleno de una mezcla pegajosa de purpurina verde!.

“¡Achússssss! ¡Perdón, pequeño humano!. A veces me da alergia el polvo…”, dijo Rexy con una voz super graciosa, como si fuera un abuelo con resfriado. Carlos se levantó del suelo riendo y le dijo: «¡No te preocupes, Rexy, ya me espolso tus moquitos mágicos, vaya fuerza tiene tu estornudo casi llego a Japón!», dijo mientras se reía a carcajadas quitándose esos moquitos mágicos de encima, que seguro que tendrían millones de años.

Pero eso no era todo. En la Isla de los Dinosaurios Locos, los dinosaurios no solo se movían, ¡también hablaban!. De repente, una gigantesca Triceratops llamada Panchita se acercó y dijo: «¿Sabían que hoy me voy a presentar en el concurso de canto de dinosaurios?. ¡Soy toda una estrella!».

Carlos pensó: “¡Esto está muy raro, pero divertidísimo!”.

A continuación, la Triceratops Panchita empezó a cantar como si estuviera en un concierto de rock. ¡Las notas eran tan altas que los árboles se movían de un lado a otro!. Carlos no podía dejar de reír mientras aplaudía. Pero no estaba solo… ¡también los otros dinosaurios se unieron al concierto!. Un Brachiosaurus gigante comenzó a hacer beatbox (sí, ¡un dinosaurio haciendo beatbox y rapeando!), un Pterodáctilo empezó a tocar la guitarra eléctrica con las alas, y un Stegosaurus se puso a hacer un solo de batería, y de repente se escucho a toda pastilla la canción: «Los dinosaurios son divertidos de verdad, son tus amigos y te lo vamos a contar…». ¡El parque entero era un concierto de dinosaurios, vaya lugar más divertido!.

Pero, de repente, ¡todo se detuvo!. Un sonido extraño provenía de la montaña rusa llamada El Salto Jurásico.

«¡Ay, no!. ¡Se nos ha escapado el Dino-Cachivache!» gritó el director del parque, un hombre con gafas de sol y un sombrero de explorador.

«¿Qué es eso?», preguntó Carlos, curioso.

«El Dino-Cachivache es una mezcla de dinosaurio y robot que se escapa cada vez que hay demasiada diversión. ¡Y es un caos total!» explicó el director muy asustado y con cara de terror.

Antes de que pudiera decir algo más, Carlos se lanzó a correr hacia la montaña rusa. El Dino-Cachivache, un robot con cara de dinosaurio que da saltos como un canguro, ¡estaba causando un desastre!. Se subía a las sillas de los visitantes, se metía en los puestos de palomitas de maíz, se comía todas las chocolatinas y también los helados de la gente mientras lanzaba sus sombreros y sus gorras por los aires.

Carlos pensó rápido: “¡Si yo fuera un dinosaurio, sabría qué hacer, voy a detenerlo!”.

Entonces, con toda su valentía, se subió a la montaña rusa, tomó el control de la palanca, y con una gran sonrisa gritó: «¡Al rescate, Dino-Cachivache!. ¡Es hora de calmarte, voy a por ti!».

Con su habilidad de experto en dinosaurios, Carlos logró hacer que el Dino-Cachivache se calmara. ¡Usó su conocimiento de dinosaurios y robótica para enseñarle al robot que la calma era lo mejor, le hizo respirar tres veces profundamente, le tocó en dos chapitas estratégicamente de su pecho y se tranquilizó!. Después de unos minutos de entrenamiento intensivo, el Dino-Cachivache dejó de saltar y empezó a hacer piruetas más suaves, en vez de que pareciese que estuviese subido en la rueda de la muerte.

“¡Carlos, lo lograste!” dijo el director, aplaudiendo. «¡Te acabas de convertir en el primer niño en domar al Dino-Cachivache!».

Carlos se sintió tan feliz que no paraba de reír. Y para celebrarlo, Panchita la Triceratops le dedicó una canción: “Carlos el Valiente, el domador de robots, uoooohhh ooohh oooh… ¡con un gran corazón y mucha diversión!, uoooohhh ooohh oooh. Los dinosaurios son divertidos de verdad, son tus amigos y te lo voy a contar…”.

Al final del día, Carlos regresó a casa con una gran sonrisa. Aunque sus padres no entendían muy bien qué había pasado en el parque, Carlos sabía que, en la Isla de los Dinosaurios Locos, había vivido la aventura más divertida de su vida. Y, por supuesto, ¡nunca olvidará a los dinosaurios rockeros, al Dino-Cachivache travieso, y el gran resfriado de Rexy!.

Y colorín colorado, Carlos se trajo un gran recuerdo de ese día vivido, y por supuesto: ¡su gran moneda de cobre tallada en la máquina de las monedas con su dinosaurio favorito, el Anquilosaurio!.

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