Era la noche de Halloween, y el pueblo estaba lleno de disfraces y dulces. Todos los niños estaban listos para salir a pedir golosinas. Entre ellos estaba Javier, un chico de once años, que llevaba puesto un disfraz de pirata con un parche en el ojo y una espada de plástico. Pero esa noche, no estaba pensando en caramelos. Su corazón latía con fuerza por una razón muy especial.

Mientras caminaba por el parque, Javier vio una figura extraña entre los árboles. Era un fantasmita con una sábana blanca que ondeaba al viento. Pero, ¡oh sorpresa! Este fantasma no era aterrador; ¡era encantador! Tenía ojos brillantes y una sonrisa que lo hacía ver muy simpático.

—¡Hola! —dijo Javier, con una voz temblorosa pero emocionada.

—¡Hola! —respondió el fantasmita—. Soy Fantasía, ¿y tú?

—Soy Javier, el pirata más valiente del barrio. Pero… no tengo miedo de los fantasmas, especialmente de los bonitos.

Fantasía se sonrojó (bueno, si los fantasmas pudieran sonrojarse). Los dos comenzaron a hablar y a reír, compartiendo historias de aventuras y bromas. Javier le contó sobre su espada de plástico, y Fantasía se rió tanto que casi se le vuela la sábana.

Mientras conversaban, Javier se dio cuenta de que estaba enamorado de su fantasmita. Era un amor especial, uno que solo podía surgir en la noche de Halloween. Pero había un pequeño problema: ¿cómo se le regala una flor a un fantasma?

Javier pensó y pensó, hasta que se le ocurrió una idea brillante. Corrió a la casa de su abuela y buscó una flor de papel que había hecho en la escuela. Era colorida y brillante, perfecta para su misteriosa amiga.

—Fantasía, tengo un regalo para ti —dijo Javier, presentando la flor con una gran sonrisa.

Fantasía miró la flor y sus ojos brillaron aún más.

—¡Es hermosa! —exclamó—. Nunca había recibido una flor antes. ¡Gracias, Javier!

Pero en ese momento, un grupo de niños disfrazados de monstruos apareció, gritando y corriendo. ¡Querían asustar a todos! Javier, con su valentía de pirata, se interpuso entre los niños y Fantasía.

—¡Deténganse! —gritó—. ¡No asusten a mi amiga!

Los niños se detuvieron, sorprendidos de ver a un pirata defendiendo a un fantasma. Uno de ellos, disfrazado de vampiro, empezó a reír.

—¡Vaya, un pirata enamorado de un fantasma! ¡Eso es raro!

Pero Javier no se dejó intimidar. Con su espada de plástico en mano, se puso en posición de combate.

—¡Es un amor verdadero! —dijo con determinación—. Y nadie lo puede romper.

Los niños, al ver la valentía de Javier comenzaron a reírse y aplaudir. En lugar de asustar, decidieron unirse a la fiesta.

—¡Está bien! ¡Vamos a celebrar Halloween juntos! —dijo el vampiro, dejando de lado el asustar.

Así, la noche de Halloween se llenó de risas, dulces y bailes. Javier, su fantasmita y los otros niños pasaron la mejor noche de sus vidas, compartiendo historias y risas bajo la luna llena.

Y desde ese día, Javier y Fantasía se hicieron inseparables, demostrando que el amor, incluso el de un chico y un fantasma, puede ser lo más divertido y mágico del mundo.

Y colorín colorado, ¡este cuento de Halloween de amor se ha acabado!.

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