Había una vez un niño llamado Alberto que tenía un perro llamado Pompón y otro llamado Rex. Rex no era un perro cualquiera, ¡era un perro súper especial! Tenía un bigote tan largo que podía atarse en un lazo, y unas orejas tan grandes que, si las extendía, ¡podía volar como una cometa!

Un día, Alberto y Rex decidieron tener una aventura. Se pusieron sus mochilas (bueno, Rex no llevaba mochila, porque prefería llevar su hueso gigante siempre en la boca) y salieron al jardín para explorar el mundo. Pero lo que no sabían es que ese día iba a ser muy raro.

Al principio, todo parecía normal. Alberto caminaba por el jardín como un auténtico explorador, mirando debajo de las piedras en busca de tesoros, mientras Rex olfateaba las plantas como si fuera un detective buscando pistas de un ladrón de hamburguesas. De repente, Rex olió algo extraño. ¡Algo realmente raro!. Se echó al suelo, empezó a girar y a dar vueltas como un trompo, y Alberto se asustó.

“¡Rex! ¿Qué pasa? ¡Estás dando vueltas como un loco!” le dijo Alberto.

“¡Lo sé, pero es que encontré algo muy importante!” respondió Rex, con una voz que sonaba como si estuviera hablando a través de un megáfono. Alberto miró asombrado y vio que Rex había encontrado… ¡un zapato gigante!.

“¿Un zapato gigante? ¡Pero si no vivimos en un país de gigantes!” dijo Alberto.

Rex, con su enorme lengua colgando, se levantó y saltó dentro del zapato como si fuera su casita. “¡Este zapato debe ser mi nuevo castillo! ¡Voy a hacerme el rey de los zapatos!”.

Alberto no pudo contener la risa y, sin pensarlo mucho, se metió dentro del zapato también. Y ahora… ¡no podían salir!. El zapato era tan grande que parecía una cueva, y Alberto y Rex estaban atrapados dentro. “¡Ohhhh, nooo!. ¿Qué vamos a hacer?. ¡Estamos atrapados y sin móvil dentro en un zapato gigante!” gritó Alberto.

Entonces, Rex tuvo una idea brillante (aunque algo loca). Empezó a mover sus orejas de tal forma que, si las agitaba muy rápido, ¡podía levantar vuelo! “¡Sígueme, Alberto! ¡Vamos a volar fuera de aquí!”.

Alberto se agarró fuerte al cuello de Rex mientras éste corría en círculos, moviendo sus orejas como hélices de un helicóptero. Y, de repente, ¡comenzaron a elevarse del suelo, alucinaaaaaante!.

¡Volaron por los aires con el zapato gigante enganchado en su espalda, dando vueltas como un frisbee!. Alberto gritaba de la risa, mientras Rex se sentía como un piloto de avión con su gran bigote surcando los cielos, solo le faltaban las gafas de aviador. ¡Estaban haciendo acrobacias aéreas, saltando de un lado a otro, haciendo 3 o 4 loopings sin parar, y el zapato giraba como una ruleta loca, y ellos también!.

Finalmente, después de un aterrizaje un poco complicado, el zapato aterrizó de manera elegante… ¡en el jardín de la vecina!. Y la vecina, que vio todo desde su ventana, no sabía si reírse o llamar a los bomberos o al ejército. Pero Alberto y Rex se miraron, sonrieron y, sin perder tiempo, ¡corrieron a casa antes de que alguien pudiera preguntar qué narices  había pasado!.

Desde ese día, cada vez que Alberto y Rex salían a explorar, sabían que las aventuras más locas siempre las encontrarían juntos. ¡Y que los zapatos gigantes nunca son tan aburridos como parecen!.

Y colorín colorado, la imaginación de Rex y Alberto ha comenzado.

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