
Érase una vez, allá arriba en el cielo, un solecito muy, muy pequeñito llamado Rayito. No era como los demás rayos de sol que bajaban derechitos a calentar el mundo. ¡No, no!. Rayito era travieso, curioso y un poco torpe. Desde el día que nació en el gran Sol, solo tenía una misión: llegar a la Tierra para iluminar corazones.
—¡Tú puedes, Rayito! —le decían sus hermanos solares mientras salían volando como flechas de luz hacia todos los rincones.
Pero Rayito… ¡se chocaba con las nubes!. Se enredaba en los rayos del arcoíris, ¡y hasta una vez se metió sin querer en una nave espacial llena de pingüinos astronautas!.
—¡Ay, que no era por aquí! —decía Rayito riéndose mientras salía disparado por la compuerta trasera.
Un día, Rayito estaba decidido. Se puso sus gafas de sol, se despidió del Sol Mamá, y gritó:
—¡Allá voooooy!.
Voló entre planetas haciendo piruetas, esquivó cometas como si jugara al escondite, y hasta se hizo amigo de una estrella fugaz llamada Carlitos.
—¿Vas a la Tierra? —le preguntó Carlitos.
—¡Sí! Quiero iluminar corazones, pero nunca llego a tiempo…
Carlitos pensó un momento y le dijo:
—Tal vez no tienes que llegar rápido, ahora sí es tu momento. Recuerda: ¡Solo tienes que llegar con alegría!.
Rayito siguió su viaje con una gran sonrisa. Y esta vez, en lugar de ir a toda velocidad, bailaba en el viento, reía con los copos de nieve, y hasta jugó al escondite con la Luna.
Al final, después de tantas aventuras, llegó a una pequeña aldea donde los niños estaban tristes porque había sido una semana muy dura, de lluvias y nubes grises.
Pero entonces… ¡PLOP!.
Rayito cayó justo en el parque, iluminando los columpios, las flores… ¡y hasta los charcos!
—¡Mira, ha salido el sol! —gritó una niña.
—¡Y brilla como si estuviera sonriendo y feliz! —dijo otro.
Y era verdad. Rayito no solo había llegado, sino que también había traído risas, juegos y calor al corazón de todas las familias que estaban allí.
Desde ese día, cada vez que un rayo de sol se cuela por la ventana o brilla entre las nubes, dicen que es Rayito, el rayo más divertido, que llega a recordar que si viajas con alegría siendo el momento adecuado, seguro que siempre encontrarás la manera de iluminar a alguna personita.
Y colorín colorado, así Rayito aprendió que no importa cuántas veces te equivoques o lo mucho que tardes en llegar. Lo importante es no rendirse nunca y llevar alegría a donde vayas. Porque con una pequeña o gran sonrisa… ¡se puede iluminar el mundo!.
(Cuento ganador del «Sorteo en Instagram del Cuento Personalizado del mes de Abril 2025»)
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