
Había una vez una niña de cinco años llamada Martina que tenía una gran sonrisa, un moño enorme en la cabeza y un sueño más grande todavía: ¡quería ser bailarina!.
Martina bailaba por toda la casa: bailaba cuando se cepillaba los dientes, cuando comía espaguetis (aunque a veces terminaban en el techo), y hasta cuando sacaba a pasear al perro por el jardín —que ya se había enseñado a hacer varias piruetas en una coreografía conjunta que le había enseñado Martina.
Pero lo mejor de todo fue el día en que su tía le regaló unas zapatillas mágicas de color violeta brillante.
—Estas zapatillas fueron mías cuando era una niña —dijo su tía con una sonrisa traviesa—, pero ten cuidado… ¡tienen vida propia!.
Martina se rió. ¡Claro que no! ¿Unas zapatillas con vida? ¡Qué tontería!.
Se las puso…
Y ¡PUM! Las zapatillas saltaron solas.
—¡WAAAAALA! —gritó Martina mientras salía disparada como un canguro con confeti alrededor.
Las zapatillas no paraban. Bailaban flamenco en la cocina, hacían breakdance en el pasillo, y hasta un vals con la aspiradora.
—¡Me estoy mareandoooooo! —decía Martina riendo mientras giraba como un tornado.
Salió al jardín dando pasos de ballet tan altos que los pájaros aplaudían con sus alas.
—¡Bravooooo! —piaban los gorriones—. ¡Martina, eres una artista!.
Pero eso no era todo. Las zapatillas la llevaron al parque, donde empezó a bailar con un grupo de ardillas que tocaban castañuelas. Luego la subieron a una bici sin ruedas que volaba (¡solo si dabas 4 pasos de cha-cha-chá!), y más tarde, a una nube rosa que olía a algodón de azúcar.
Allí conoció a una jirafa con tutú llamada Claudia, que le enseñó el paso secreto de la “pirueta jirafina”.
—¡Giraaaa, estira el cuello, saluda con la oreja! —decía Claudia mientras giraban entre las nubes.
Después, bajaron a una fiesta submarina donde los peces bailaban salsa, y el pulpo DJ tocaba música con sus ocho patas tan fuerte que hasta las algas y los corales temblaban con ritmo.
—¡Esto es más divertido que cuando te sacan el pastel de cumpleaños! —gritaba Martina bailando entre burbujas y delfines.
Pero justo cuando iba a aprender el «zapateado delfínico», las zapatillas dieron una voltereta final y…
¡PLAF!. Martina aterrizó en su cama, justo cuando su mamá abría la puerta.
—Martina, ¿ya estás dormida?.
—Casi, mamá… acabo de bailar con una jirafa, un pulpo DJ y unas zapatillas saltarinas…
Su mamá sonrió, le dio un beso y le dijo:
—Eso suena a una noche muy feliz.
Y Martina, con las zapatillas al lado de la almohada, cerró los ojos pensando:
«Mañana seguiré bailando, porque los sueños se bailan con los pies… ¡y con lo que te sale del corazón!».
Y colorín colorado, si bailas con alegría y sueñas en grande, cada paso puede llevarte a una aventura mágica, porque… ¡nunca sabes cuándo tus zapatillas querrán unirse a una divertida fiesta!. 💃✨
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