Había una vez una niña llamada Marta, que tenía un chubasquero amarillo brillante y unas botas de agua tan altas que, si las ponía una encima de la otra, ¡podrían llegar hasta la luna!. Pero lo que más le gustaba de todo era… ¡saltar en los charcos cuando llovía!.

Cada vez que el cielo se ponía gris y empezaba a llover, Marta se ponía su chubasquero y sus botas y salía corriendo a su jardín. ¡Nada la detenía!. Podía saltar en un charco durante horas, riendo, chapoteando y disfrutando de la lluvia. A los demás niños les parecía un poco raro, pero a Marta le encantaba, ¡y siempre decía que la lluvia era la mejor música relajante!.

Un día, después de una tormenta, Marta encontró un charco gigante que parecía una piscina. ¡Era perfecto!. Corrió a saltar, pero justo cuando dio el primer gran salto, escuchó una vocecita que le decía:

—¡Oye, cuidado!.

Marta miró a su alrededor, confundida, y vio… ¡a una rana dentro del charco!. La rana llevaba gafas de sol y un pequeño sombrero, y estaba sentada sobre una piedra mirando a Marta con una cara seria.

—¿Tú también saltas en los charcos? —preguntó Marta.

La rana la miró y respondió con una sonrisa traviesa:

—Claro, pero solo cuando son pequeños, porque si hay uno gigante me puedo lastimar.

Marta se rió a carcajadas y dijo:

—¡No te preocupes, este está bien! Hay espacio de sobra. ¡Yo salto y tú croas!.

La rana se frotó las manos, muy emocionada, y con un brillo en los ojos, dijo:

—¡Eso suena genial!. Pero antes de que sigamos, tengo una pregunta importante para ti: ¿Sabes por qué la vaca fue al espacio?.

Marta se quedó pensativa, mirando el cielo. Luego sacudió la cabeza y dijo:

—No, ¿por qué?.

La rana hizo una pausa dramática, suspiró como si fuera a contar la historia más importante del mundo y exclamó:

—¡Porque quería ver la luna «muuuuuuuuuu» de cerca! ¡Ja, ja, jaaaaaa!. ¿A qué es malo?.

Marta estalló de risa y saltó tan fuerte que casi aterriza en la copa de un árbol. La rana, divertida, la imitó, haciendo un salto tan grande que casi se le caen las gafas de sol.

—¡Es buenísimoooooo, yo me he reído! —dijo Marta, limpiándose las lágrimas de tanto reír.

Pero la rana no se detuvo y, mientras hacía saltitos de rana por todo el charco, dijo:

—¡Tengo otro!. ¿Y sabes por qué el perro nunca juega a las cartas?.

Marta, ya casi sin aliento de tanto reír, preguntó:

—¡No, ¿por qué?.

La rana, con cara seria, dijo: ¡Porque siempre huele las jugadas!.

-¡Venga, ahí va el último!, dijo la rana. – ¿Para qué va una caja al gimnasio?.

Marta la miró con cara de casi saber la respuesta… pero no supo que decir. A lo que la rana contesto: ¡Para hacerse una caja fuerte! ¡Jaaaa jajajaja jajajajaaaa!.

Al final, Marta y la rana, entre risas y saltos, se convirtieron en las mejores amigas. Siempre que llovía, se encontraban en los charcos para saltar y contar más chistes malísimos, pero muy divertidos para partirse de risa. Y así aprendieron, que… ¡al mal tiempo, buena cara!.

Y colorín colorado, este cuento de saltos, risas y chistes entre charcos ha terminado.

¿Te has quedado con ganas de otro cuento?. Haz click aquí para leer más cuentos

Síguenos: Facebook o Instagram