
Había una vez una niña llamada Rebeca que adoraba el verano. Le gustaban los polos de lima, los castillos de arena y, sobre todo, los toboganes de agua. Un día, su mamá le dijo:
—¡Hoy vamos al parque acuático AguaSplash!.
Rebeca pegó un salto tan alto que casi se convierte en cohete.
—¡Síííííííííííííííí!.
Al llegar, todo era más grande de lo que imaginaba: toboganes que parecían montañas, piscinas que brillaban como espejos, y un cubo gigante que de vez en cuando volcaba millones y millones de litros de agua sobre los gritos de emoción de la gente.
Pero lo que más llamó la atención de Rebeca fue una puerta dorada con letras chispeantes que decía:
“Toboganes Mágicos — Solo para los que creen en la fantasía”.
—¿Puedo ir? —preguntó Rebeca a su mamá.
—Claro, pero… ¡solo si crees de verdad!.
Rebeca cerró los ojos, pensó en unicornios, helados de arcoíris, sirenas bailarinas y dragones que cantaban reguetón. Cuando los abrió, ¡la puerta dorada se abrió sola con un ¡criiiiiiick! mágico!.
Dentro, el parque era aún más increíble. Había:
Un tobogán en forma de ballena que rugía risas.
Un río de agua con sabor a granizado de fresa.
Un dragón inflable que daba volteretas cuando alguien chillaba “¡plátano saltarín!”.
Y un remolino que, en vez de dar miedo, hacía cosquillas sin parar.
Pero lo más loco fue el Tobogán de la Risa Incontrolable. Cada vez que alguien se deslizaba por él, ¡soltaba un sonido de pedorretas, gallinas cantando ópera y burbujas parlantes diciendo «¡guacamole cósmico!». !Rebeca se tiró diez veces seguidas y no podía parar de reír:
—¡Jajajajaja! ¡Ese tobogán tiene gases mágicos, pero por lo menos huelen, menos mal! —decía con la barriga dolida de tanto reír.
Rebeca se lanzó después por el Tobogán de Nubes Suaves y bajó flotando como una pluma. Luego subió al Rulo del Delfín Bailarín, donde un delfín con gafas de sol le chocó la aleta y le cantó:
—¡Siiiiiiigue deslizando, niña valienteeeeee! ¡Aquí la maaaaaaaaagia es para siempre, uhhh oooohh oooooohhhhhh!.
De pronto, una sirena con trenzas de colores apareció y le ofreció una concha brillante:
—Toma, Rebeca. Esta concha solo suena si estás feliz.
Rebeca la puso en su oreja… y escuchó risas, ¡sus propias risas multiplicadas por mil, no noooo, por diez millllll millones!.
—¡Jijijijiji! —rió— ¡Esto es el mejor día del verano, qué fantasía de parque más refrescante y mágico a cada rinconcito!.
Después de horas de saltos, chorros y carcajadas, Rebeca volvió con su mamá, empapada, despeinada y con la concha en la mano.
—¿Te divertiste? —preguntó mamá.
—¡Más que nunca!. Pero no se lo puedo contar a nadie… ¡los Toboganes Mágicos solo aparecen si crees de verdad!.
Su mamá le guiñó un ojo.
—Entonces… quizás mañana los volvamos a ver.
Y colorín colorado, cuando crees en la magia… ¡hasta los toboganes hacen pedorretas de arcoíris (sin olor, claro)!. Nunca dejes de imaginar, porque ahí es donde los dragones bailan, las sirenas cantan y cada día se vuelve una fiesta de carcajadas… ¡y sorpresas que te dejarán con la boca abierta y la barriga bien encantada de reír sin fin!.
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