
Había una vez en un pequeño vecindario dos gatos negros llamados Roquito y Miau. Eran los gatos más despeinados que jamás hayas visto. Tenían tanto pelo revuelto que parecían dos escobas con patas. A pesar de su aspecto desastroso, eran los mejores amigos y siempre estaban buscando aventuras.
Un día soleado, mientras exploraban el jardín, encontraron un globo naranja brillante que alguien había dejado caer. Roquito lo miró con sus ojos grandes y brillantes.
—¡Miau! ¡Mira ese globo! —exclamó Roquito—. ¡Es nuestro nuevo juguete!
Miau, que siempre estaba listo para la diversión, saltó hacia el globo y lo atrapó con sus patas. Pero justo cuando iba a jugar, el globo se escapó volando por el aire.
—¡Nooo! —gritaron ambos gatos al unísono mientras corrían tras él.
El globo danzaba en el aire como si tuviera vida propia, subiendo y bajando entre las ramas de los árboles. Roquito y Miau se lanzaban de un lado a otro tratando de atraparlo, pero cada vez que creían que lo tenían, el globo se escapaba.
Finalmente, después de una emocionante persecución, el globo aterrizó suavemente en la pared de la casa del vecino. Los gatos se acercaron sigilosamente, listos para dar un salto triunfal y atrapar su premio.
—¡Uno… dos… tres! —contó Roquito.
Y saltaron al mismo tiempo. Pero en lugar de atrapar el globo, ¡se estrellaron contra la pared! El impacto fue tan fuerte que hicieron un gran «¡BANG!» y dejaron sus huellas negras llenas de pintura en la pared recién pintada del vecino.
—¡Oh no! —dijo Miau mirando la mancha—. ¡Estamos en problemas!
Roquito miró hacia arriba y vio que el globo había rebotado y ahora estaba flotando justo encima de ellos. Sin pensarlo dos veces, decidió que debían intentar atraparlo nuevamente.
—¡Vamos a hacerlo otra vez! —gritó Roquito emocionado.
Esta vez, decidieron usar una estrategia diferente. Se escondieron detrás de un arbusto cercano y esperaron a que el globo bajara un poco más. Cuando finalmente lo hizo, ambos gatos saltaron al mismo tiempo otra vez… ¡y esta vez sí lograron atraparlo!
Pero al caer al suelo con el globo entre sus patas, algo inesperado sucedió: ¡el globo explotó! Con un «POP» estruendoso, todo el aire salió disparado y dejó a Roquito y Miau cubiertos de confeti naranja brillante que salió volando por todas partes.
Los gatos se miraron unos a otros con ojos desorbitados y luego comenzaron a reírse sin parar. Estaban tan divertidos con su nueva apariencia llena de confeti que olvidaron por completo la mancha en la pared.
De repente, escucharon una voz detrás de ellos: era el vecino, don Ramón, quien había salido a ver qué pasaba.
—¿Qué han hecho ustedes dos? —preguntó don Ramón con una sonrisa divertida al ver a los gatos cubiertos de confeti naranja.
Roquito y Miau se miraron nuevamente y decidieron hacer una pequeña danza para mostrarle lo divertidos que eran. Comenzaron a girar y saltar mientras hacían movimientos ridículos con sus patas despeinadas.
Don Ramón no pudo contener la risa. Al final dijo:
—Está bien, está bien. Solo aseguraros de limpiar esa mancha antes de irse a jugar otra vez.
Y así fue como Roquito y Miau aprendieron que aunque podían meterse en problemas, siempre podían encontrar una manera divertida de salir de ellos… ¡y tal vez hacer reír a otros en el proceso!
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado… ¡pero las travesuras de los gatos despeinaosssss nunca terminarán!.
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