Había una vez un niño llamado Noah, que se quedó profundamente dormido una tarde de invierno, justo frente a la chimenea de la casita de campo. Lo que no sabía es que estaba a punto de vivir la aventura más rara y divertida de toda su vida.
Noah se despertó en un lugar extraño, un campo gigante lleno de nubes de colores, donde los árboles eran como esponjas de chuches, y por los ríos fluía limonada con burbujas. De repente, una voz de fondo anunció: «¡Bienvenidos a la Gran Carrera Mágica del sueño de tu vida!. El ganador será el primero en llegar a la meta, pero cuidado, ¡habrá retos muy complicados a lo largo del camino!».
Noah miró a su alrededor y vio a los otros competidores: una rana con gafas de sol, un unicornio que hablaba con rimas rapeando, y un pingüino muy gracioso que patinaba sobre ruedas. Todos estaban listos para la carrera, y Noah decidió unirse.
La primera prueba era una escalera de chicles. Para poder subirla, tenían que masticar el chicle gigante, que se volvía más elástico y pegajoso con cada paso. La rana comenzó a saltar con rapidez, pero el unicornio que estaba muy cachas y que parecía tener mucha suerte, se deslizó como si volara. Noah, con su habilidad para pensar rápido, decidió hacer una burbuja gigante y, ¡voilà!, usó la burbuja como una plataforma flotante para todos, ¡que importante es ayudar y hacer equipo con los compañeros!.
El siguiente reto fue aún más raro: ¡un laberinto de caramelos!. Al principio parecía fácil, pero las paredes del laberinto se movían y cambiaban de sabor cada vez que alguien tocaba una de ellas, y encima, estaban recubiertas de pica pica, y hacía que te picase todo el cuerpo al tocarlas. El pingüino, que siempre tuvo un buen sentido de la orientación, intentó liderar, pero se le pegaban los caramelos en sus patines. Noah, usando su ingenio, empezó a cantar una canción que hacía que las paredes del laberinto se quedaran quietas cada vez que las rozaba, pues, Noah cantaba horrorosamente mal y las paredes se asustaban, ese era un buen truco. ¡Estaban avanzando muy rápido, por fin!.
Pero el reto más grande llegó al final: ¡una gigantesca montaña de almohadas flotantes!. Noah tenía que saltar de almohada en almohada sin caer al vacío. El unicornio, que siempre quiso ser el primero, intentó volar, pero su magia era tan impredecible que terminó dando vueltas como un tornado, y no lo consiguió, ¡uno menos!. La rana, por su parte, intentaba hacer trucos de salto mortal hacia atrás, pero se caía una y otra vez. ¡Todo parecía perdido, no lo iban a conseguir y se quedarían allí atrapados para siempre!.
Noah se concentró, miró las almohadas, las palpó y se dio cuenta de algo importante: ¡eran blandas, pero también elásticas!. Con valentía, dio un salto enorme y aterrizó justo en una almohada gigante que lo catapultó hacia la meta. ¡Lo había logrado!. Fue el primero en llegar y ganó la carrera mágica, ¡pero nadie entendió cómo lo hizo!.
De repente, una gran risa se escuchó, y Noah sintió cómo su cuerpo comenzaba a desvanecerse mientras le caían miles de globos encima: «¡Felicidades, Noah!. Has ganado la carrera… pero, ¡la verdadera meta es despertar!». Todo se puso nubloso y ¡zaaaaas!. De repente, Noah despertó con un gran bostezo, justo frente a la chimenea, con su mantita verde favorita cubriéndolo. Aunque la carrera había sido un sueño, Noah no podía dejar de reírse al acordarse de aquel mundo y de sus divertidos y curiosos personajes.
Al final, pensó: «¡Qué raro y divertido ha sido este sueño!. Pero lo bueno, es que no tengo que volver a subir esa maldita escalera de chicles… ¡y eso es genial!, porque creo que tengo agujetas, ¡auchhh auccch!».
Y colorín colorado, Noah se quedó ni tan agustito con una gran sonrisa, disfrutando de la paz y el calor de su chimenea mientras recordaba su grandes aventuras de su gran Carrera Mágica.
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