
Había una vez, en el fondo del mar, un pulpo llamado Ramón. Pero no era un pulpo cualquiera… ¡era un pulpo que odiaba el agua!. Sí, aunque no lo creáis, cada vez que se mojaba demasiado, empezaba a estornudar:
—¡Achú! ¡Achú! ¡Me voy a resfriar! —gritaba mientras se escondía detrás de unas algas.
Sus amigos, el pez Paco y la tortuga Loli, no entendían nada.
—Ramón, ¿cómo puede un pulpo no querer mojarse? —preguntaba Paco.
—¡Es que tengo la tinta muy delicada! —decía Ramón—. Si me mojo mucho, la tinta me sale sola y parezco un calamar gigante enfadado.
Un día, Ramón decidió hacer algo diferente. Se puso unas chanclas de goma, unas gafas de sol y un gorrito ridículo de sandía y anunció:
—¡Me voy de vacaciones! ¡Al sol! ¡A la superficie!.
Todos se rieron… hasta que vieron que hablaba en serio.
Y así fue como el pulpo Ramón salió a tomar el sol. Se tumbó sobre una colchoneta hinchable de flamenco rosa, flotando sobre el mar, y comenzó a tomar el sol en sus ocho patas… ¡las iba girando como si fueran pinchitos en una barbacoa!.
—Pata número uno, vuelta y vuelta… pata número dos, doradita… —decía mientras se ponía protector solar factor 500 + plus plus mega plus.
Pero lo más gracioso ocurrió cuando, de repente, pasó un barco lleno de turistas.
—¡Mirad! ¡Un pulpo tomando el sol! —gritó un niño desde la cubierta.
Y todos empezaron a hacerle fotos.
Ramón, feliz, comenzó a posar como si fuera una estrella del rock: se puso de pie sobre sus tentáculos (¡equilibrio total!), hizo el «corazón» con dos patas, y hasta escribió en el aire con su tinta mientras hacía el pino-puente: «¡FELICES VACACIONES!».
Pero entonces… pasó lo inesperado. ¡La colchoneta pinchó!.
—¡PLAF! —se escuchó. Y Ramón cayó al agua de golpe.
—¡Achú! ¡ACHÚ! ¡ACHÚÚÚÚ! —gritaba salpicando tinta por todas partes.
El mar quedó tan negro que los peces pensaron que era de noche y empezaron a dormir.
Por suerte, la tortuga Loli llegó nadando rápido con otra colchoneta, esta vez en forma de donut gigante, y rescató a Ramón.
—¡Te dije que las vacaciones fuera del agua eran complicadas para un pulpo! —le dijo.
Ramón suspiró y respondió:
—Quizá me quede aquí abajo… pero con sombrilla.
Desde ese día, Ramón inventó el primer «chiringuito submarino», donde servía batidos de plancton y helados de algas, y todos los animales del mar venían a disfrutar. Y aunque seguía usando su gorro de sandía, ya no tenía miedo a mojarse.
Y desde aquel verano tan loco, cada año celebraban en el fondo del mar la gran “Fiesta del Pulpo Ramón”. Había música de burbujas, concursos de baile con tentáculos y una carrera de caballitos de mar que siempre acababa en carcajadas porque los caballitos… ¡corrían hacia atrás! Ramón, feliz, decía a todos:
—¡La vida es más divertida cuando no tienes miedo al ridículo y lo haces con estilazo!.
Y colorín colorado, y burbuja burbujeada, esta historia de Ramón está terminada… pero si algún día ves un pulpo tomando el sol en una colchoneta de flamenco, ¡salúdalo! Quizá sea Ramón, disfrutando sin miedo de ser diferente. Porque, ya sabes… aunque algo parezca raro, si a ti te hace feliz, ¡adelante!.
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