Había una vez dos amigas muy diferentes, Jenny y Anna. Jenny amaba el mar. Le encantaba hacer castillos de arena, buscar conchitas y nadar con los peces. Por otro lado, Anna era una fanática de la montaña. Le gustaba escalar, hacer picnic entre los árboles y observar las nubes desde la cima. Aunque eran muy distintas, juntas eran un gran equipo.

Un día, decidieron que era hora de tener una aventura épica. “¡Vamos a mezclar nuestras dos pasiones!”, sugirió Jenny. “¿Qué tal si hacemos un viaje a la playa y después a la montaña?” Anna, entusiasmada, dijo: “¡Sí! ¡Seremos exploradoras del océano y montañeras de altura!”.

Así que empacaron sus mochilas. Jenny llevó un montón de flotadores, sus aletas y un par de gafas de bucear. Anna, por su parte, metió una brújula, una cuerda para escalar y algunas galletas de chocolate, porque ¡siempre hay que tener algo dulce!.

Primero, fueron a la playa. Al llegar, Jenny corrió hacia el agua como un delfín feliz. Anna, al principio un poco tímida, decidió probar el agua. “¡Es como un batido frío!”, gritó mientras saltaba de un lado a otro. Después de un rato, decidieron construir un castillo de arena. Pero no un castillo cualquiera, ¡un castillo gigante con torres y un foso!.

Mientras trabajaban, Jenny tuvo una idea. “¿Y si le hacemos una montaña de arena a nuestro castillo?” Anna se rió. “¡Eso sería una montaña de arena! Así tendremos lo mejor de los dos mundos”. Así que comenzaron a construir y, para su sorpresa, el castillo con la montaña se veía espectacular. Los otros niños en la playa las miraban y aplaudían. ¡Eran las reinas de la arena!.

Después de un día lleno de risas y juegos, decidieron que era hora de ir a la montaña. Anna estaba emocionadísima. “¡Te va a encantar el aire fresco y las vistas desde arriba de todos los árboles!”. A Jenny le sonó un poco raro, pero dijo: “¡Vamos!”.

Al llegar a la montaña, empezaron a escalar. Anna iba delante, animando a Jenny. “¡Sigue, no mires hacia abajo! Solo mira hacia el cielo”. Jenny hizo lo que pudo, pero de repente se resbaló y terminó colgando de una rama. “¡Ayuda! ¡Soy una sirena atrapada en un árbol!” gritó, y ambas empezaron a reírse.

Anna rápidamente la ayudó a levantarse y juntas llegaron a la cima. Cuando miraron hacia abajo, Jenny se quedó boquiabierta. “¡Es como mirar el océano desde el cielo!” dijo, y Anna le respondió: “Y yo puedo ver el mar desde la montaña. ¡Es perfecto!”.

Después de disfrutar de las vistas, decidieron que era hora de un picnic. Anna sacó sus galletas de chocolate y Jenny trajo un termo lleno de jugo de piña. Pero cuando abrieron el termo, un pequeña mariposa curiosa se acercó volando y, ¡zas!, bebió del jugo. ¡Bebió tanto que empezó a volar en círculos, como si estuviera haciendo una danza!. Las dos amigas no podían parar de reír. “¡Parece que tenemos una nueva amiga exploradora, la llamaremos Simby!” dijo Anna. Y Simby, las siguió revoloteando con su peculiar danza hasta el final del camino.

Al final del día, mientras regresaban a casa, Jenny y Anna se dieron cuenta de que, aunque eran diferentes, juntas podían hacer cosas increíbles. Habían creado su propio mundo de aventuras, donde el mar y la montaña se encontraban en un solo lugar.

Y así, cada vez que una de ellas quería ir a la playa o a la montaña, siempre sabían que juntas, ¡harían la mejor aventura de todas!.

Y colorín colorado, ¡este cuento de mar y montaña se ha acabado!.

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