La última parada de la vieja locomotora

Había una vez, en un pequeño pueblo con colinas verdes y ríos brillantes, una locomotora muy, pero muy vieja llamada “La Chispita”. ¡Y vaya, La Chispita era una locomotora con historia!. Había viajado por todo el país, cruzado montañas tan altas que parecían besarse con las nubes, y atravesado bosques tan oscuros que hasta los árboles le pedían ayuda para no perderse. Había transportado a miles de personas, algunos felices, otros muy dormidos (y eso que no había Wi-Fi en sus tiempos), y siempre, siempre estaba lista para su próxima aventura.

Un día, la estación de tren le dio una noticia bastante seria: “Chispita, este será tu último viaje. Es tu última gran ruta, tu última parada”, le dijeron. La locomotora, que ya estaba un poquito cansada (pero no demasiado), escuchó el anuncio con una mezcla de sorpresa y emoción. “¿Última ruta? ¡Eso suena como una película de acción! ¡Será mi última gran aventura!”, pensó mientras soltaba un sonoro ¡Chooh choohhh! y se ponía en marcha.

A medida que avanzaba por las vías, notó algo muy raro. ¡El paisaje estaba realmente bonito!. Los árboles se veían más verdes que nunca, las flores brillaban como si estuvieran en un desfile de modelos, y el cielo con sus pajaritos revoloteando parecían cantar alegres: “La cucaracha, la cacuracha…”, en un tono súper melódico y divertido. Pero La Chispita, acostumbrada a ir a toda velocidad, no se detuvo a mirar nada. “¡Vamos rápido, rápido, rápido!”, se decía mientras movía sus ruedas a una velocidad impresionante. “¡Tengo que llegar al final de mi última ruta, no hay tiempo que perder!”. Y así, sin mirar a su alrededor, siguió acelerando como un cohete.

Pero… algo raro empezó a pasar. Las vías se volvían más complicadas, las curvas más difíciles, y las estaciones por las que pasaba parecían… bueno, más aburridas que ver crecer la mala hierba pinchosa del campo. “¡Esto no está bien!”, pensó. “¡Todo está demasiado movido! ¡No puedo ni ver por dónde voy!”.

Y justo cuando entró en una curva tan cerrada como un pantalón de tres tallas menos, ¡zas!. La locomotora hizo un ruido raro. “¡Choohhh choohhhh! ¡Ay, ay, ay!”, gritó. Y… ¡pum!. Se detuvo en medio de un campo lleno de flores de colores tan brillantes que hasta las abejas llevaban gafas de sol disfrutando con batidos de miel y nata. La locomotora se quedó allí, mirando la impresionante puesta de sol en lo alto de la montaña. Respiró profundamente dos veces y dijo: “¡Oh no! ¿Qué he hecho?. ¡Estoy parada en medio de la vía!”, pensó, preocupada. “¡Esto va a ser un desastre!”.

De repente, una voz suave y cálida vino de una flor amarilla que parecía tener una risa contagiosa: “¡No te preocupes, Chispita! Todas las locomotoras necesitan descansar de vez en cuando”.

La vieja locomotora parpadeó varias veces. “¿Descansar? ¿Cómo voy a descansar si tengo que llegar rápido? ¡Tengo que cumplir con mi última ruta!”, respondió algo angustiada.

La flor amarilla sonrió con un toque de picardía: “¿Y qué tal si, en vez de acelerar, decides frenar un poquito y mirar a tu alrededor? A veces, la vida no es solo correr hacia adelante, también se trata de disfrutar del camino”.

La locomotora, que no sabía si estaba hablando con una flor sabia o si ya estaba alucinando por el calor que hacía en la montaña, pensó por un momento. “Hmm, tal vez tenga razón. Nunca he parado a oler las flores o las nubes, ni a escuchar a los pajaritos cantar…”.

Así que La Chispita decidió frenar, y al hacerlo, algo mágico ocurrió. De repente, el mundo dejó de ser oscuro y complicado, y todo se volvió tan claro y bonito. Los árboles se balanceaban al ritmo del viento, el río reflejaba el sol como un espejo gigante, y las aves cantaban canciones tan bonitas que hasta las nubes se quedaron a escuchar. “¡Ala, esto sí que está bien!”, dijo La Chispita, sintiendo cómo su motor se relajaba por primera vez en años.

Después de un largo rato disfrutando de su descanso (y de una pequeña siesta), La Chispita se dio cuenta de algo muy importante: “¡No hace falta ir tan rápido todo el tiempo! No hay prisa. La vida se disfruta mucho más cuando te tomas un respiro y te das cuenta de lo que tienes a tu alrededor”.

Finalmente, La Chispita retomó su ruta, pero ahora a un ritmo más tranquilo, disfrutando de cada curva, cada estación y cada paisaje. Y cuando llegó a su última parada, ya no se sentía cansada ni apurada, sino feliz y en paz. Había aprendido que no se trataba solo de llegar a un destino, sino de disfrutar cada momento del viaje.

Y colorín colorado, a veces, vivimos tan rápido que no vemos lo bonito que está a nuestro alrededor. Tomarnos un tiempo para frenar, disfrutar y darnos un descanso es tan importante como seguir adelante. No todo es correr; también es importante querernos, disfrutar de lo que tenemos y aprender a tomarnos las cosas con calma. ¡A veces, frenar es el verdadero camino hacia la felicidad!.

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