La sonrisa mágica de Lucía

Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, una niña llamada Lucía. Lucía era conocida por tener la sonrisa más bonita del mundo. No era solo por lo brillante que era, sino porque, cuando sonreía, todo a su alrededor parecía volverse más alegre. Las flores se inclinaban hacia ella, los pajaritos cantaban más fuerte y hasta el sol parecía brillar con más fuerza.

Un día, Lucía salió a caminar por el bosque cercano al pueblo. Mientras caminaba, una ardilla traviesa llamada Tita se le acercó.

—¡Hola, Lucía! —dijo Tita saltando de un árbol a otro—. He escuchado rumores de que tu sonrisa puede hacer magia.

Lucía se rio, y su risa era tan contagiosa que Tita no pudo evitar reír a carcajadas.

—No sé si hace magia —dijo Lucía—, pero siempre trato de sonreír, incluso cuando las cosas no salen demasiado bien.

Tita pensó que eso era bastante interesante, pero pronto un grupo de conejos llegó saltando con una expresión muy seria en sus caras.

—¿Por qué estáis tan tristes?, dijo la niña.

—Es que perdimos nuestro sombrero favorito. ¡Era mágico, con él podíamos viajar a tierras lejanas para encontrar mucha comida para toda la familia sin quemarnos por el sol!.

Lucía sonrió de nuevo, esta vez con más fuerza. Y entonces, inmediatamente, los conejos comenzaron a sentirse mejor.

—No preocuparos —dijo Lucía mientras metía la mano en su mochila —, tomar esta gorra que seguro que os dará mucha suerte.

Mientras todos caminaban por el bosque buscando la suerte que la niña les había prometido, Lucía les contaba historias divertidas y les contaba chistes muy raros, pero que les hacían reír a todos, por ejemplo, de pronto dijo:

-¿Por qué estás triste conejito?. Pues, ¡voy a regalarte una tostadora!.

-¿Una tostadora?, contestó el conejito más pequeño muy sorprendido mirando con cara extrañada a aquella sonriente niña.

-Sí, ¡para que “tuestes” mejor!.

Y así, poco a poco, los conejos dejaron de estar tristes y comenzaron a reírse durante todo el camino hasta llegar de nuevo a su madriguera con un montón de provisiones para su despensa.

—Se me hace tarde, me ha encantado conocerte, nunca dejes de sonreír, Lucía —dijo su nueva compañera de aventuras Tita—. Tu sonrisa hace que el mundo sea un lugar más bonito.

Lucía sonriendo una vez más comenzó a alejarse entre los árboles y, mientras regresaba a su casa, pensó que tal vez no necesitaba nada más que su sonrisa para hacer el día más brillante para ella y para los demás.

Y colorín colorado, así, Lucía siguió caminando por el mundo, dejando una estela de alegría y risas a su paso, porque había aprendido que, por más difíciles que sean los días, nunca hay que olvidarse de sonreír para ti y para los demás.

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