Había una vez, en el lejano y fantástico Reino de Brillopistacho, donde los árboles crecían con forma de helado y los ríos sabían a limonada con burbujas, pues allí vivía un inventor muy, pero muy peculiar llamado Don Pepino Rododendro. Pepino era tan despistado que una vez intentó pasear a su zapatilla pensando que era su perro. Pero eso no es lo importante.
Lo importante es que Don Pepino había creado la pistola más mágica, divertida y alocada del universo.
Era una pistola especial: no disparaba balas, ni rayos, ni nada peligroso.
¡Disparaba cosas ridículas!
Cuando apretabas el gatillo, ¡POP! Podía salir un globo con nariz de payaso.
¡POP! Un calcetín con volantes bailaor de flamenco.
¡POP! Una lluvia de plátanos que cantaban ópera.
Nadie sabía qué iba a salir. Ni siquiera Don Pepino.
Un día, Don Pepino reunió a todos los habitantes del reino en la plaza:
—¡Damas, caballeros y criaturas con tentáculos! —anunció con su voz temblorosa—. ¡Hoy presento mi invento más divertido: la Pistola Mágica Multilocuras!
Los habitantes se miraron emocionados, excepto el rey, Don Cáscaro III, que tenía un bigote tan largo que necesitaba un asistente real solo para peinárselo. Él dijo:
—Pepino, espero que esta pistola no arme un desastre como tu Máquina de Pan Volador.
—Majestad, se lo prometo —respondió Don Pepino—. ¡Nada puede salir mal!
Y como todos sabemos, cuando alguien dice “nada puede salir mal”, algo sale… ¡muy mal!
Ese mismo día, la pistola fue encontrada por Tina y Lucho, dos niños del reino conocidos por ser los más traviesos, curiosos y expertos catadores de caramelos del mundo.
—Mira, Lucho —dijo Tina—. ¡Es la pistola loca del inventor!
—Deberíamos devolverla… —dijo Lucho, aunque su sonrisa decía lo contrario.
—Sí, claro… después de probarla una sola vez.
Tina apuntó hacia un arbusto y apretó el gatillo.
¡POP!
De pronto, del arbusto salió un pollo gigante con un tutú rosa que empezó a bailar ballet.
—¡JAJAJAJA! —gritaron los dos mientras el pollo hacía un giro que levantó una nube de plumas brillantes.
—¡Mi turno! —dijo Lucho.
¡POP!
Esta vez apareció un dragón bebé que, en vez de fuego, lanzaba burbujitas por la nariz. El dragón eructó una burbuja tan grande que atrapó a Lucho y lo hizo flotar.
—¡Tinaaaa, ayúdame! ¡No quiero vivir en una burbuja para siempre!
Tina volvió a disparar.
¡POP!
La burbuja explotó, pero ahora caía sobre ellos una lluvia de calabacines saltarines.
Los calabacines rebotaban por toda la plaza:
Boing boing boing
Uno saltó encima de la cabeza de Tina.
Boing
—¡Me está peinando! —gritaba ella riendo.
Mientras tanto, en el castillo, el rey Don Cáscaro III escuchó todo el alboroto.
—¡Pepinoooo! —gritó con voz seria—. ¿Otra vez tus inventos complicando mi tranquilidad bigotuda?
Los guardias fueron a buscar la pistola, pero justo cuando llegaron, Tina disparó otra vez.
¡POP!
Y aparecieron… ¡un ejército de osos panda pequeñitos montados en triciclos!
Los panditas pasaron entre las piernas de los guardias, haciéndolos tropezar.
El comandante gritó:
—¡Atraparlos!
Pero un pandita le hizo una zancadilla con el triciclo.
Zuuuup… plof.
Todos los habitantes del reino ya estaban mirando el espectáculo.
La reina, doña Galletina, dijo:
—Ay, qué monos… ¿Podemos adoptar uno?
Pero el rey estaba pálido. Las puntas de su bigote parecían temblar de pura preocupación.
Mientras tanto, Tina y Lucho, emocionados, siguieron probando la pistola:
¡POP! Un pulpo abrazador que quería dar abrazos a todo el mundo.
¡POP! Una nube de perfume con olor a pedo perfumado.
¡POP! Un mago que sólo sabía hacer desaparecer galletas, lo cual causó mucha indignación entre los niños.
El caos era total. Divertido, pero total.
Don Pepino llegó corriendo, desesperado.
—¡Niños! ¡Esa pistola no es para jugar! ¡Podría crear cosas demasiado… demasiado absurdas!
Pero los niños no querían dejar de reír. Tina dijo:
—¡Don Pepino, esto es lo mejor que ha pasado en el reino!
—¡Eso creo! —dijo Lucho mientras un elefante transparente pasaba flotando.
Pepino suspiró, pero el rey llegó detrás de él, empapado en burbujas, cubierto de plumas y con dos panditas colgando de su bigote.
—¡PEPINO! —gritó el rey—. ¡Detén esto ahora mismo!
Tina, sin querer, se asustó y apretó el gatillo una última vez.
¡POP!
Y apareció un gigantesco cartel que decía:
«FIN DEL DESASTRE… O TAL VEZ NO»
Y debajo, un botón rojo.
—No… —susurró Don Pepino—. Ese botón…
—¿Qué hace? —preguntó Tina.
—Es un botón de Aleatoriedad Súper Máxima Extrema del Universo. ¡No lo toquen!
Los panditas, por supuesto, lo tocaron.
PIIIIIP
La pistola comenzó a temblar.
Tembló tanto que todos se escondieron detrás de un árbol de helado.
Y entonces…
¡PFFFFFF!
De la pistola salió una nube de humo brillante que cubrió el reino entero.
Cuando el humo desapareció, todos estaban bien… pero el rey tenía ahora un bigote de arcoíris.
A los panditas les habían salido alas.
Y Don Pepino tenía un pato sentado encima de su cabeza sin explicación alguna.
Tina y Lucho devolvieron la pistola, apenados.
—Lo siento, Don Pepino… —dijo Tina.
—Sí… no queríamos causar problemas —añadió Lucho.
Don Pepino los miró y dijo:
—No se preocupen, niños. Se divirtieron, pero ahora ya saben que incluso la diversión necesita cuidado.
Aunque… —tocó el pato en su cabeza— quizá sí me pasé con la magia.
El rey, con su bigote arcoíris ondeando al viento, dijo:
—Bueno… al menos ahora tengo estilo.
Y todos rieron tanto que los árboles de helado empezaron a temblar de la risa.
Y colorín colorado, así los habitantes del Reino de Brillopistacho aprendieron a que divertirse es maravilloso, pero siempre es importante hacerlo con responsabilidad, respetando las cosas de los demás y pensando en las consecuencias que traerán. Porque… ¡La risa es mejor cuando no causa problemas!.
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