
Había una vez una niña llamada Sofía que se despertó un domingo muy feliz. ¡Hoy tocaba plan con su mamá y todas sus amigas!. Iban a pasar el día en la playa y luego en la piscina de una urbanización que se llamaba Las Lanzas. A Sofía le encantaba ese nombre porque sonaba a película de aventuras.
—¡Prepara el bañador, las gafas de buceo y tus maguitos de unicornio! —le dijo mamá mientras metía toallas y crema solar en una bolsa enorme, que parecía tener un agujero negro porque nunca se llenaba del todo.
Cuando llegaron a la playa, todas las amigas de mamá estaban allí: la tía Clara, que siempre llevaba gorros graciosos; la tía Laura, que hablaba con los cangrejos como si fueran personas; y la tía Pili, que se confundía y usaba la crema solar como espuma de afeitar. También estaban las hijas de las amigas, así que Sofía tenía con quién jugar.
—¡Vamos a enterrar a mamá en la arena! —gritó Sofía con una risa traviesa.
—¡Sí! ¡Y a ponerle un bigote con algas, buaaagghh! —añadió su amiga Emma.
Cuando mamá intentó escapar, ya tenía los pies enterrados, un bigote verde y un castillo en la barriga con hasta una concha de mar.
Luego vinieron las carreras de cangrejos, los helados que se derretían más rápido que se comían y una guerra de saltos en las olas de lo más extravagantes. —¡Soy una sirena sin control, allá voy!, dijo Emma.
Después de tanto reír y chapotear, todas se fueron a la piscina de la urbanización Las Lanzas.
—¡Por fin! ¡Una piscina para refrescarnos! —gritó Sofía.
Pero cuando metió un pie en el agua…
—¡AAAAAHHHHH! ¡Está hirviendo! —saltó como un renacuajo de un estanque.
La piscina estaba a 48 grados por lo menos. Era como meterse en una sopa de letras… pero sin letras. Solo calor, calor y más calor.
—¡Esto no es una piscina, es un jacuzzi gigante, yujuuuuu me voy a los chorritos! —dijo la tía Clara mientras sudaba dentro del agua como si estuviera en una sauna.
—¡Me voy a cocer como el langostino que nos hemos comido en la paella! —gritó la tía Pili.
Pero como ya estaban allí, decidieron pasarlo bien igual. Sacaron una cámara de agua acuática para grabar los chapuzones más divertidos del mundo.
La tía Laura se tiró haciendo el “salto de rana asustada”.
La tía Clara hizo un “salto patata con grito de delfín”.
Y la mamá de Sofía se tiró con un flotador gigante de donut… ¡y quedó atascada en medio de la piscina como un donut flotante girando descontrolada sin parar!.
—¡Grabado está! —decía Emma entre carcajadas— ¡Esto lo vamos a ver 50 veces esta noche!.
Pero la mejor parte fue la sorpresa final: mientras todas estaban dentro del agua-sopa, ¡apareció una señora mayor navegando por la piscina un poco despistada!. No sabían de dónde había salido, pero llevaba puestas unas gafas de bucear con perlitas blancas brillantes alrededor que parecía una folklórica recién salida del festival de Eurovisión de ese año.
—¡Salvad a esa señora mayor… Aaaaala, yo quiero unas gafas como esas mami! —gritó Sofía mientras todas la perseguían dando vueltas para preguntarle dónde las había comprado.
Al final del día, ya en casa, con la tripa llena de pizza y helado, Sofía dijo:
—Ha sido el mejor domingo del mundo. Aunque la piscina estaba caliente como un horno cuando metes una pizza, pero nos lo hemos pasado genial.
Y mamá sonrió y dijo:
—¿Ves, Sofía? —dijo mamá mientras le sacaba un fideo invisible del pelo—. A veces uno planea un día fresquito… ¡y acaba cocinándose como un espagueti al sol!. Las piscinas se convierten en sopas humeantes, los donuts flotan como ovnis sin control, y los adultos hacen saltos más raros que los pingüinos con patines.
¡Pero si te rodeas de gente que te quiere y te ríes hasta que te duela la barriga… entonces cualquier lío se convierte en la mejor aventura del universo!.
Y colorín colorado, este día hirviendo, chorreante y desparramado de risas y diversión ha terminado… Pero recuerda: los planes más chulos, pasados por agua y con risas de regalo… ¡son los que mejor saben y nunca se olvidan!.
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