Había una vez, en un barco pirata llamado La Perla del Mar, una niña pirata llamada Tily, con un parche en el ojo, que se ponía cuando se acordaba (aunque sí tenía ojo, pero solo le gustaba llevarlo para dar miedito), con ella vivía también un loro llamado Don Cocoloco, que siempre gritaba cosas raras como: “¡Piña con sombrero!” o “¡Muerde el zapato patán!”. Sin embargo, Tily no se dejaba intimidar por las locuras de su loro. ¡Ella era la capitana más valiente y divertida del océano!.

Un día, mientras navegaban en busca de tesoros, el barco se desvió hacia una isla extraña que nadie había visto antes. La isla era tan rara que parecía tener una especie de imán que atraía a las personas a meterse en líos. El barco de Tily encalló en la orilla, ¡y empezó la verdadera aventura! De pronto, el volcán de la isla entró en erupción, y empezó a tirar humo y lava de colores.

—¡Tily, esta isla está llena de trampas parece muy peligrosa! —dijo Don Cocoloco, mirando un arbusto que se movía como si estuviera bailando.

—¡No te preocupes, Cocoloco! —gritó Tily, sacando su espada de plástico—. ¡Vamos a encontrar un tesoro escondido, y será el más grande de todos!.

Al adentrarse en la isla, Tilly y su tripulación encontraron un mapa que decía: “El Tesoro está bajo la gran Piedra Rodante”. Tily miró alrededor y vio una enorme piedra que rodaba por la isla, ¡y también rodaba por encima de árboles, plantas, ¡y hasta por encima de algunos animales, parecía una piedra montada en un scalextric!.

—¡Rápido, chicos! ¡Aseguraros de que no nos aplaste la piedra! —gritó Tily, corriendo detrás de la piedra, mientras el loro volaba a su lado gritando: “¡Muerde el zapatooooooo, ataca cordoneraaaa corcholissss!”.

Después de un rato, Tily y su tripulación lograron encontrar un pequeño agujero donde la piedra dejaba un espacio vacío al que podían acceder. “¡Aquí debe estar el tesoro!”, pensó. Pero cuando intentó meter la mano, algo raro ocurrió. ¡El agujero estaba lleno de serpientes de goma y confites pegajosos!.

—¡¿Qué es esto?! —gritó Tily, mientras su mano quedaba atrapada en otro agujero lleno de… ¡arañas!.

—¡Pero bueno, si es un agujero de golosinas de arañas de pica-pica! —exclamó Don Cocoloco, muy emocionado. —¡Pero qué rico, ñam ñaaaaam!.

De repente, ¡la piedra comenzó a rodar hacia ellos otra vez! Tily gritó: “¡Oh noooo, nos va a aplastar!” y, en un acto de valiente locura, la niña pirata se lanzó sobre la piedra, empujándola con todas sus fuerzas. ¡Pero en vez de empujarla, Tily resbaló y cayó dentro de un arbusto lleno de flores que olían a chicle!. De pronto, todo se llenó de burbujas. ¡Vaya isla más extraña y mágica!.

—¡Ay, no! —dijo Tily, mientras se levantaba llena de chicles. —¡Esto se está poniendo más raro que las aventuras del capitán Garbanzo pata palo y sin bigote que me contaba mi abuelo!.

El loro, mientras tanto, volaba felizmente hacia un árbol que tenía… ¡un cocodrilo disfrazado de loro!. El cocodrilo, al ver al loro, pensó que era su primo y comenzó a hacerle un baile de flamenco, girando sobre sí mismo y tocando las palmas con sus alas, mientras chillaba: “¡Oleeeeé toma, tomaaaa, aaaaarsaaa Manuéeeeeee!”.

—¡Esto es una locura! —exclamó Tily, viéndose atrapada entre burbujas de chicle y risas por todos lados. ¡No podía creer lo que estaba pasando!. ¡Qué hechizo tenía aquella increíble isla! ¿O sería culpa del humo de colorines del raro volcán que les acechaba?.

Finalmente, después de muchas risas y un montón de enredos, Tily se dio cuenta de algo muy importante: ¡el tesoro no estaba bajo la piedra rodante!. Estaba escondido bajo… ¡el árbol de cocodrilos bailarines!. Y al abrir el dorado y extraño cofre allí, ¡encontró una montaña llena de sombreros de pirata!. No era oro, joyas, ni monedas, ¡pero eran sombreros de pirata de todas las formas colores y tamaños!.

—¡Tienes razón, Cocoloco! —dijo Tily, mirando los sombreros—. ¡Este es el tesoro más fabuloso de todos!.

Desde ese día, Tily se convirtió en la pirata más estilosa del mar, con sombreros nuevos para cada tipo de aventura. Y aunque nunca encontró oro, se dio cuenta de que la verdadera diversión estaba en las aventuras que le pasaban en el camino junto a sus amigos de batalla.

Y colorín colorado, a veces, lo más valioso no es lo que buscamos, sino las risas y las aventuras que vivimos mientras lo buscamos. ¡Y nunca olvides llevar un buen sombrero bien estiloso!.

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